GUTIERREZ, Alicia (2004):
Pobre: Como siempre… Estrategias de Reproducción social en la pobreza-
Edit.Ferreyra- Córdoba-Argentina-ISBN N°987-1110-12-x
CAPÍTULO I: POBREZA, MARGINALIDAD,
ESTRATEGIAS: LAS DISCUSIONES TEÓRICAS DEL ANÁLISIS
1.
1. Acerca de la noción de “pobreza”
“Pobreza”[1] es una categoría fundamentalmente
descriptiva: “pobre es aquél que en comparación con otros individuos de su sociedad
alcanza, de una serie de rasgos tomados como categorizadores, los más bajos
niveles” (Jaume, 1989: 26). Con ello, pobreza remite a ciertas carencias de
bienes y servicios mínimos que determinada sociedad considera como
indispensables para todos sus miembros.
Además de la caracterización por las
carencias, es necesario recordar que pobreza es un concepto relativo
(Bartolomé, 1986; Herrán, 1972; Jaume, op. cit.; Paugam, 1998; Dieterlen,
2001). En diferentes etapas históricas la pobreza corresponde a realidades
diferentes que obligan a medirla también con parámetros diferentes:[2] “se trata de un concepto relativo y
relacional que implica la existencia de otros que son ‘ricos’, o que por lo
menos no son pobres. En su núcleo de significado se encuentra la noción de
carencia” (Bartolomé, op. cit.: 1).
De este modo, en cada sociedad se marcan
pautas mínimas de calidad de vida para sus miembros, y aquellos que no las
pueden obtener o disfrutar son los considerados “pobres”. Por ello, no es
posible establecer en abstracto, es decir, fuera de determinadas condiciones
espacio-temporales, indicadores por debajo de los cuales situar a los pobres,
sino que éstos se establecen históricamente. Así, retomando a Sahlins, puede
decirse que “la población más primitiva del mundo tenía escasas posesiones,
pero no era pobre. La pobreza no es una determinada y pequeña cantidad de
cosas, ni es sólo una relación entre medios y fines; es sobre todo una relación
entre personas. La pobreza es un estado social. Y como tal es un invento de la
civilización” (Sahlins, 1977: 52).
Por otro lado, el contenido del concepto
de “pobreza” abunda en controversias. Desde la formulación individualista de
los economistas clásicos, para quienes la pobreza es funcionalmente necesaria,
no sólo porque impide un crecimiento demográfico excesivo sino también porque
incita a los individuos al trabajo –al convertirse en una amenaza-, es decir,
como una suerte de sanción que castiga la pereza, la negligencia y la
ignorancia, a la imputación de las causas a la organización misma de la
sociedad, como en la formulación marxista, donde la pobreza es el producto
directo del modo de producción capitalista y condición necesaria –en cuanto
resultante del proceso de acumulación del capital- (Herrán, op. cit.), pueden encontrarse
distintas combinaciones que acentúan, ya sea las condiciones sociales y
económicas, ya sea las características de los individuos que sufren tal
situación y serían, con ello, responsables de la misma.
En general, las diferentes posiciones
reconocen que la pobreza se identifica con nociones tales como la de privación, de ausencia, de carencia,
pero los desacuerdos son importantes cuando se pretende precisar cuáles son los
elementos que autorizan a identificar un determinado estado de situación como
de “pobreza”, o cuando se distingue entre la mera posesión de esos elementos y
las efectivas posibilidades y aptitudes para hacer un uso conveniente de ellos,
o cuando se pretenden definir las relaciones de distribución que explican las
situaciones de pobreza y riqueza: todas estas controversias alimentan
diferentes estrategias de políticas públicas para enfrentar el problema (Lo
Vuolo et al., op. cit.).[3] En este sentido, es importante señalar que la
literatura crítica actual sobre las diferentes problemáticas asociadas a la
pobreza liga esta noción a la de “desigualdad”,[4]
subrayando que “si bien es cierto que conceptos como pobreza, desigualdad y
necesidades básicas tienen una dimensión valorativa, también es cierto que
primeramente tienen contenido descriptivo, puesto que se refieren a una
condición de bienestar material en un tiempo determinado, susceptible de ser
medido” (Dieterlen, op. cit.: 15).
Siendo un concepto descriptivo más que
explicativo, la preocupación central que gira en torno a este concepto es la de
“medir” la cantidad de pobres o el llamado método “de contar cabezas” (Lo Vuolo
et al., op. cit.). Fundamentalmente, la medición del tamaño de la pobreza
reconoce en la literatura dos aproximaciones diferentes.[5] La
primera de ellas, llamada línea de pobreza (LP), presupone la determinación de
una canasta básica de bienes y servicios, teniendo en cuenta las pautas
culturales de consumo de una sociedad en un momento histórico determinado. Una
vez valorizada la canasta de bienes y servicios se obtiene dicha línea de
pobreza.[6] Según este criterio entonces, serían “pobres”
aquellos hogares con ingresos inferiores al valor de la línea de pobreza, en la
medida en que no pueden cubrir el costo de esa canasta básica con sus ingresos.
La “línea de pobreza” está asociada a la llamada línea de indigencia, que
implica la definición de un menor valor.[7]
La segunda aproximación, la de las
necesidades básicas insatisfechas (NBI), remite a aquellas manifestaciones
materiales que ponen en evidencia la falta de acceso a ciertos tipos de
servicios tales como la vivienda, el agua potable, la electricidad, la
educación y la salud, entre otros. Este método requiere la definición de
niveles mínimos que indican una valoración subjetiva de los distintos grados de
satisfacción de necesidades consideradas básicas en determinado momento de
desarrollo de una sociedad. En consecuencia, aquí serían “pobres” aquellos
hogares que no alcanzan a satisfacer algunas de esas necesidades definidas como
básicas (Minujin, 1993b).[8]
A pesar de estar trabajando con el mismo
problema, diversos estudios (Beccaria y Minujin, 1985; Katzman, 1989; Desai,
1990; Minujin, 1991) demuestran que no evalúan situaciones iguales y que
existen importantes diferencias en la medida de la pobreza, según el método que
se utilice. Estos métodos reflejarían dos fenómenos diferentes. Las diferencias
obedecen a que con el criterio de NBI se estaría detectando a los llamados
pobres estructurales –que poseen una vivienda deficitaria, o bajo nivel
educativo u otras características-, mientras que con el criterio de LP, al
caracterizar a los hogares como pobres de acuerdo con el ingreso total
percibido, se detectaría a los hogares pauperizados, de particular importancia
en el caso argentino (Minujin, 1993a).
El conjunto de los hogares pobres según el
criterio de NBI delimita la situación de pobreza estructural, mientras que el
de los que se ubican por debajo de la
LP, pero que no sufren ninguna de las carencias tomadas en
consideración por el indicador de NBI, corresponde al grupo pauperizado, que
incluye a los nuevos pobres.[9]
Además de que ambos métodos presentan una
serie de limitaciones, algunas relativas a los métodos en sí, otras propias de
las metodologías cuantitativas,[10]
lo que me interesa reforzar aquí es la idea de que “pobreza” es una categoría
fundamentalmente descriptiva, que permite, de algún modo, calificar las
condiciones de existencia concretas de determinados grupos sociales, por
comparación con otros grupos de la misma sociedad que no son pobres. “Pero por este
camino no es posible avanzar demasiado en la búsqueda de los mecanismos que
propicia la emergencia de la pobreza y determinan su permanencia” (Jaume, op.
cit.: 26).
En otras palabras, apelando a la categoría
“pobreza” podremos describir las condiciones de existencia de ciertos grupos
sociales definidos como pobres según una serie de indicadores, pero no podemos
avanzar en la búsqueda de elementos explicativos y comprensivos que permitan
dar cuenta de las causas de la pobreza, de los lazos estructurales que ligan a
pobres y ricos de una determinada sociedad y de la manera como los pobres
estructuran un conjunto de prácticas que les permiten reproducirse socialmente
en tales condiciones.
[1] Un análisis de las
diferentes acepciones que el término “pobreza” fue adquiriendo históricamente
puede verse en Hobsbawm (1976). También puede encontrarse una referencia
histórica respecto a la conceptualización de la pobreza, tanto en el ámbito
mundial como respecto a América Latina –haciendo hinca- pié en los fenómenos
conocidos como de “nueva pobreza”- en Murmis y Feldman (1993), especialmente
pp. 47-56 y 87-89. Acerca de los usos ideológicos del concepto de pobreza y sus
sujetos sociales (la visión evangélico-revolucionaria; la visión
picaresco-romántica y la visión sociológica), puede verse González (1993). Otra
síntesis breve de las distintas concepciones ideológicas que subyacen a las
maneras de conceptualizar la pobreza, desde las justificaciones derivadas de la
doctrina cristiana hasta la actualidad, en Vázquez (1997). Las visiones
prevalecientes en América Latina sobre el fenómeno de la pobreza y las
consecuencias políticas que se derivan de ellas –que retomaré más detenidamente
en el capítulo siguiente- pueden verse en Lo Vuolo et al. (1999), especialmente
capítulo IV.
[2] Jaume (op. cit.) señala que el
campesino medieval europeo era pobre en relación con otras clases de la
sociedad feudal y que, en la actualidad, los denomi- nados “pobres urbanos” de
los países del Tercer Mundo, lo son en relación con las otras clases de las
sociedades capitalistas en las que viven. Y ello es así indepen- dientemente de
que los niveles de consumo de los pobres actuales puedan ser muy superiores a
los de los pobres medievales.
[3] Para un análisis de las diversas
posiciones (la economía del bienestar, la perspectiva de las necesidades
básicas, la perspectiva de las capacidades de fun- cionamiento) puede verse
ídem, pp. 19-46.
[4] En el campo de las
ciencias sociales latinoamericanas caben destacar los diferentes artículos que
fueron discutidos en el “Segundo Encuentro Nacional por un Nuevo Pensamiento”,
en Buenos Aires, noviembre de 1999 y que fueron publicados bajo el nombre
Democracia, Estado y Desigualdad (Lozano, 2000). Asimismo, diferentes abordajes
críticos de situaciones que comprometen a distintos países de América Latina
fueron tratados en el Seminario Latinoamericano del Grupo de Trabajo “Pobreza y
Políticas Sociales” de CLACSO, realizado en México, en octubre de 1999 y
compilados bajo el título Pobreza, Desigualdad Social y Ciudadanía. Los límites
de las políticas sociales en América Latina (Ziccardi, 2001).
[5] Referencias más precisas respecto a
este problema pueden encontrarse en Rowntree (1951), Sen (1981) y Townsend
(1979), citados por Minujin (1993b). Un análisis detallado sobre la
construcción de indicadores para medir la pobreza, guiado con la intención de
resaltar la relación que los mismos tienen con los con- ceptos de pobreza y con
el diseño de políticas orientadas a la atención del proble- ma de la pobreza,
puede verse en Lo Vuolo et al., op. cit., capítulo II (especialmente referido a
la situación internacional) y capítulo V (especialmente en relación con la
medición de la pobreza en Argentina).
[6] El antecedente más antiguo de este
método de medición se encuentra en Inglaterra, donde Charles Booth describió la
situación social de Londres compa- rándola con la línea de flotación de un
barco, distinguiendo entre los que estaban por encima y los que estaban por
debajo de la “línea de pobreza” (Vázquez, op. cit.).
[7] En 1970 se realizó en
Argentina la primera medición utilizando el método de “línea de pobreza”. Como
resultado se estimó que sólo eran pobres 5 de cada
100 hogares urbanos y 19
de cada 100 rurales. En 1993, el valor de la LP estimado por el gobierno era de alrededor de
420 dólares para una familia de cuatro miem- bros (dos adultos y dos niños);
para 1996 la LP
estaba dada por un ingreso menor a 465 dólares, en tanto que la línea de
indigencia se fijaba en 207 dólares (Váz- quez, op. cit.); para 2002, 598,75$
marca el límite de la pobreza, mientras 252,64$ señala el de indigencia
(Lozano, 2002).
[8] En 1984 se elaboró el
primer mapa de la pobreza en Argentina, utilizando el Censo de Población y
Vivienda de 1980 y el método de NBI. Del análisis surgió que el 23 % de los hogares
argentinos eran pobres, evidenciándose también las enormes diferencias
sociales, según la distribución regional. El Instituto Nacional de Estadísticas
y Censos señala que “el concepto de pobreza es esencialmente nor- mativo; se
considera pobre a quien no obtiene o no puede procurarse recursos suficientes
para llevar una vida mínimamente decorosa, de acuerdo a los estánda- res
implícitos en el estilo de vida predominante en la sociedad a la que pertenece”
(INDEC, 1994: 9). A partir de esta definición, se considera que la delimitación
de situaciones de pobreza puede llevarse a cabo con un grado razonable de
objetivi- dad, recurriendo al concepto de necesidades básicas. Se toman como
tales a los “niveles mínimos de satisfacción de requerimientos por debajo de
los cuales se ve amenazado el funcionamiento y desarrollo de la vida humana en
sociedad”. Ho- gares con NBI serían aquellos que: “a) tuvieran más de tres
personas por cuarto; b) o habitaran una vivienda de tipo inconveniente (pieza
de inquilinato, vivienda precaria u ‘otro tipo’, lo que excluye casa,
departamento o rancho); c) o no tuvie- ran ningún tipo de retrete; d) o
tuvieran algún niño en edad escolar que no asista a la escuela; e) o bien
aquellos donde hubiere cuatro o más personas por miembro ocupado (lo que
equivale a una tasa de dependencia de tres inactivos por miembro ocupado) y, además, cuyo jefe tuviera baja educación (o sea nunca
asistió a algún establecimiento educacional o asistió, como máximo, hasta
segundo año del nivel primario”. (Ídem).
[9] La “pobreza estructural” se refiere a la pobreza de
larga data, mientras que la “nueva pobreza” es la surgida con motivo del
proceso de empobrecimiento sufrido en los últimos años en nuestro país. Los
“nuevos pobres” se asemejan a
los “no pobres” en una serie de aspectos socioculturales que los muestra
con una historia diferente a la de los “pobres estructurales”.
[10] Un análisis detallado de esas
limitaciones puede verse en Vázquez (op. cit.), Lo Vuolo et al. (op. cit.),
Minujin (1993d), Beccaria y Minujin (op. cit.).
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