Giddens Anthony (1991) “Sociología: problemas y
perspectivas”, en Giddens, A. Sociología. Madrid. Alianza.
PROBLEMAS Y
PERSPECTIVAS
Vivimos hoy
—próximos al final del siglo XX— en un mundo que es enormemente preocupante,
pero lleno de las más extraordinarias promesas para el futuro. Es un mundo
pletórico de cambios, marcado por profundos conflictos, tensiones y divisiones
sociales, así como por la terrorífica posibilidad de una guerra nuclear y por
los destructivos ataques de la tecnología moderna al entorno natural. Sin
embargo, tenemos posibilidades de controlar nuestro destino, de conformar
nuestras vidas para lo mejor, cosa harto inimaginable para generaciones
anteriores. ¿Cómo surgió este mundo? ¿Por qué son nuestras condiciones de vida
tan diferentes de las de nuestros antepasados? ¿Qué direcciones tomará el
cambio en el futuro? Estas cuestiones son la preocupación primordial de la
sociología, una disciplina que, por consiguiente, tiene que desempeñar un papel
fundamental en la cultura intelectual moderna.
La sociología es
el estudio de la vida social humana, de los grupos y sociedades. Es una empresa
cautivadora y atrayente, al tener como objeto nuestro propio comportamiento
como seres humanos. El ámbito de la sociología es extremadamente amplio, desde
el análisis de los encuentros efímeros entre individuos en la calle hasta la
investigación de los procesos sociales mundiales. Unos pocos ejemplos permitirán
que nos formemos una impresión inicial sobre su naturaleza y objetivos.
¿De qué trata
la sociología? Algunos ejemplos
Amor y matrimonio
¿Por qué se
enamoran y se casan las personas? La respuesta parece obvia a primera vista. El
amor expresa una atracción física y personal que dos individuos sienten el uno
por el otro. Hoy en día, muchos de nosotros podemos ser escépticos ante la idea
de que el amor «es para siempre», pero el «enamorarse», nos inclinamos a
pensar, deriva de sentimientos y emociones humanos universales. Parece del todo
natural que una pareja que se enamora desee formar un hogar, y que busquen su
realización personal y sexual en su relación.
Sin embargo,
este punto de vista, que parece ser evidente de por sí, es de hecho bastante
raro. La idea del amor romántico no se extendió en Occidente hasta fecha
bastante reciente, y no ha existido jamás en la mayoría de las otras culturas.
Sólo en los tiempos modernos el amor, el matrimonio y la sexualidad se han
considerado íntimamente ligados entre sí. En la Edad Media, y durante
siglos después de ella, las personas se casaban sobre todo para perpetuar la
posesión de un título o de una propiedad en las manos de la familia, o para
tener hijos que trabajaran la granja familiar. Una vez casados, puede que en
ocasiones llegaran a ser compañeros muy unidos; sin embargo, esto sucedía
después del matrimonio, pero no antes. Existían relaciones sexuales fuera del
matrimonio, pero en éstas no intervenían demasiado los sentimientos que
asociamos con el amor. El amor se consideraba «en el mejor de los casos, como
una debilidad necesaria, y, en el peor, como una especie de enfermedad»
(Monter, 1977, p. 123).
El amor
romántico hizo aparición por vez primera en los círculos cortesanos, como una
característica de las aventuras sexuales extramaritales en las que incurrían
los miembros de la aristocracia. Hasta hace unos dos siglos estaba totalmente
confinado a tales círculos, y se mantenía específicamente separado del
matrimonio. Las relaciones entre el marido y la mujer en los círculos
aristocráticos a menudo eran frías y distantes..., comparadas, claro está, con
nuestras expectativas matrimoniales actuales. Los ricos vivían en grandes
casas. Cada uno de los esposos tenía su propio dormitorio y sus sirvientes;
puede que raras veces se vieran en privado. La compatibilidad sexual era una
cuestión de azar, y no se consideraba relevante para el matrimonio. Tanto entre
los ricos como entre los pobres, era la parentela quien tomaba la decisión del
matrimonio, no los individuos interesados, que tenían poco o nada que decir al
respecto (éste sigue siendo el caso en muchas culturas no occidentales
actuales).
Como vemos, ni
el amor romántico ni su asociación con el matrimonio pueden entenderse como
características «dadas» de la vida humana, sino que están conformadas por
influencias sociales más amplias. Éstas son las influencias que los sociólogos
estudian y que se hacen sentir incluso en experiencias que, en apariencia, son
puramente personales. La mayoría de nosotros ve el mundo desde el punto de
vista de nuestras propias vidas. La sociología demuestra la necesidad de
adoptar una perspectiva mucho más amplia sobre las razones que nos llevan a
actuar como lo hacemos.
Salud y
enfermedad
Normalmente
consideramos la salud y la enfermedad como cuestiones relacionadas únicamente
con la condición física del cuerpo. Una persona siente molestias y dolores o
tiene fiebre. ¿Cómo podría tener esto algo que ver con influencias más amplias
de tipo social? Sin embargo, los factores sociales tienen de hecho un efecto
profundo sobre la experiencia y la aparición de las enfermedades, así como
sobre el modo en que reaccionamos a la enfermedad. Nuestro mismo concepto de
«enfermedad» como mal funcionamiento físico del cuerpo no es compartido por todas
las sociedades. Otras sociedades piensan que la enfermedad, e incluso la
muerte, están producidas por hechizos, no por causas físicas susceptibles de
tratamiento. En nuestra sociedad, los miembros de la Christian Science
rechazan muchas de las ideas ortodoxas sobre la enfermedad, en la creencia de
que en realidad somos seres espirituales y perfectos hechos a la imagen de
Dios, y que la enfermedad proviene de un mal entendimiento de la realidad, de
«admitir el error».
El tiempo que
uno puede esperar vivir y las probabilidades de contraer enfermedades graves
como afecciones cardíacas, cáncer o neumonía están muy influidos por
características sociales. Cuanto mejor posición económica tengan las personas,
menores son las probabilidades de que sufran enfermedades graves en un momento
cualquiera de sus vidas. Además, existen roles sociales muy definidos acerca de
cómo se espera que nos comportemos cuando caemos enfermos. Una persona en-ferma
queda excusada de muchos o de todos los deberes normales de la vida cotidiana,
pero la enfermedad tiene que ser reconocida como «lo suficientemente grave»
para que pueda exigir estas ventajas sin ser criticado o reprendido. Es
probable que si se piensa que alguien sufre sólo de una forma de debilidad
relativamente benigna, o su enfermedad no se ha identificado con precisión, se
considere a esa persona un «enfermo fingido», sin que realmente tenga el
derecho de sustraerse a las obligaciones diarias.
Otro ejemplo:
crimen y castigo
La terrorífica
descripción reseñada a continuación relata las horas finales de un hombre
ejecutado en 1757, acusado de planear el asesinato del rey de Francia. El
desdichado individuo fue condenado a que se le arrancara la carne del pecho,
piernas y brazos, y a que se vertiera sobre las heridas una mezcla de aceite
hirviendo, cera y azufre. A continuación, cuatro caballos tenían que tirar de
su cuerpo y despedazarlo, y las partes desmembradas habían de ser quemadas. Un
oficial de la guardia dejó el siguiente relato de los sucesos:
El verdugo
introdujo un hierro en el caldero que contenía la poción hirviente, que derramó
generosamente sobre cada herida. A continuación, se ataron al cuerpo del
condenado las cuerdas que iban a ser uncidas a los caballos, y se ataron las
cuerdas a los caballos, que fueron situados frente a los brazos y piernas, uno
en cada miembro [....] Los caballos dieron un fuerte estirón, tirando cada uno
en línea recta de un miembro; cada caballo era guiado por un verdugo. Después
de un cuarto de hora volvió a repetirse la misma ceremonia, y finalmente,
después de varios intentos, hubo de cambiarse la dirección de los caballos de
la siguiente manera: los que estaban en los muslos se pusieron hacia los
brazos, con lo que se rompieron los brazos por las articulaciones. Esto se
repitió varias veces sin éxito.
Después de dos o
tres intentos, el verdugo Samson y el que había usado las pinzas sacaron cada
uno un cuchillo del bolsillo y cortaron el cuerpo por los muslos en lugar de
seccionar las piernas por las articulaciones: los cuatro caballos dieron un
estirón y se llevaron tras ellos las piernas: primero la derecha y a
continuación la otra. Luego se hizo lo mismo con los brazos, los hombros y los
cuatro miembros; fue necesario cortar la carne casi hasta el hueso. Los
caballos, dando un fuerte tirón, se llevaron primero el brazo derecho y luego
el otro. (Foucault, 1979, pp. 4-5.)
La víctima se
mantuvo viva hasta la separación final de sus miembros del torso.
Antes de la
época moderna, los castigos como éste no eran infrecuentes. Como John Lofland
ha escrito, describiendo las formas de ejecución tradicionales:
Las ejecuciones
históricas de épocas anteriores estaban calculadas para maximizar el período de
agonía del condenado y su conciencia durante éste. Aplastar hasta la muerte
mediante una carga progresivamente pesada situada sobre el pecho, romper al
condenado en la rueda, la crucifixión, el estrangulamiento, la hoguera, el
cortar tiras de carne, apuñalar partes no vitales del cuerpo, estirar y
cuartear, y otras técnicas semejantes consumían períodos de tiempo bastante
prolongados. Incluso el ahorcamiento fue una técnica de efectos lentos durante
la mayor parte de su historia. Cuando simplemente se retiraba el carro de los
pies del condenado o la trampilla se abría sin más, el condenado era estrangulado
lentamente, y antes de sucumbir se retorcía durante varios minutos [...] para
abreviar esta lucha, el verdugo a veces se ponía bajo el patíbulo para tirar de
las piernas del condenado. (Lofland, 1977, p. 311.)
Las ejecuciones
frecuentemente se llevaban a cabo frente a extensas audiencias, práctica que
persistió hasta bien entrado el siglo XVIII en algunos países. A los condenados
a muerte se les paseaba por las calles en un carro abierto, para que se
encaminaran a su fin como parte de un espectáculo con buena publicidad, en el
que las multitudes aclamarían o abuchearían, según su actitud hacia cada
víctima en particular. Los verdugos eran celebridades públicas, y en ocasiones
tenían la fama y seguimiento que se prodiga a las estrellas de cine en los
tiempos modernos.
Hoy en día
encontramos estos modos de castigo totalmente repelentes. Pocos de nosotros
podemos imaginar el divertirnos con el espectáculo de la tortura o la muerte
violenta de alguien, sean cuales sean los crímenes que hubiera podido cometer.
Nuestro sistema penal está basado en el encarcelamiento más que en infligir
dolor físico, y en la mayoría de los países occidentales la pena de muerte se
ha abolido por completo. ¿Por qué cambian las cosas? ¿Por qué sentencias de
encarcelamiento reemplazan a formas de castigo más antiguas y violentas?
Es tentador
suponer que en el pasado la gente simplemente era más brutal, y que nosotros
nos hemos humanizado. Pero para un sociólogo, esta explicación no es
convincente. El uso público de la violencia como método de castigo estuvo,
establecido en Europa durante siglos. Las personas no cambian súbitamente sus
actitudes hacia tales prácticas «sin más ni más»; intervienen influencias
sociales más amplias, relacionadas con importantes procesos de cambio que se
dieron en ese período. Las sociedades europeas se estaban industrializando y
urbanizando. El antiguo orden rural estaba siendo rápidamente reemplazado
por un orden en el que cada vez más gente trabajaba en fábricas y talleres,
trasladándose a las áreas urbanas en expansión. El control social sobre las
poblaciones urbanas no podía mantenerse mediante los antiguos métodos de
castigo, que, basados en establecer un ejemplo temible, sólo eran apropiados en
comunidades reducidas y estrechamente entretejidas, en las que se presentaban
pocos casos.
Las prisiones se
desarrollaron como parte de una tendencia general hacia el establecimiento de
organizaciones en las que los individuos se mantenían «encerrados y apartados»
del mundo externo, como una forma de controlar y disciplinar su comportamiento.
Entre los que eran encerrados al principio no sólo se contaban delincuentes,
sino vagabundos, enfermos, personas sin empleo, débiles mentales y locos. Las
prisiones sólo de forma gradual empezaron a separarse de los manicomios y de
los hospitales para los enfermos físicos. En las prisiones se suponía que los
delincuentes se «rehabilitaban» para convertirse en buenos ciudadanos. El
castigo del crimen se orientó a crear ciudadanos obedientes en vez de mostrar
públicamente a los demás las terribles consecuencias que se siguen de la mala
conducta. Lo que ahora consideramos como actitudes más humanas hacia el castigo
tendieron a seguirse de estos cambios, y no a causarlos en primer
término. Los cambios en el tratamiento de los delincuentes forman parte de los
procesos que barrieron los órdenes tradicionales aceptados durante siglos.
Estos procesos crearon las sociedades en las que vivimos hoy.
Implicaciones:
la naturaleza de la sociología
Consideremos
ahora los ejemplos discutidos hasta el momento. En cada uno de los tres casos
—amor, matrimonio y sexualidad, salud y enfermedad, y castigo del crimen— hemos
visto que los que- podrían considerarse sentimientos humanos «naturalmente
dados» están sin embargo impregnados de la influencia de factores sociales. Una
comprensión de las formas sutiles, aunque complejas y profundas, en las que
nuestra vida refleja los contextos de nuestra experiencia social es básica para
la perspectiva sociológica. La sociología se centra muy especialmente en la
vida social en el mundo moderno —el mundo creado por los radicales
cambios de las sociedades humanas ocurridos a lo largo de los dos últimos
siglos, más o menos.
El cambio en
el mundo moderno
Los cambios en
las formas de vida humana en las dos últimas centurias han sido de muy gran
alcance. Nos hemos acostumbrado, por ejemplo, al hecho de que la mayoría de la
población no trabaje en el campo, a que viva en ciudades grandes y pequeñas más
que en reducidas comunidades rurales. Pero esto jamás sucedió hasta la
era moderna. Virtualmente, durante toda la historia humana, la inmensa mayoría
de las personas tenían que producir sus propios medios de subsistencia, y
vivían en pequeños grupos o comunidades aldeanas reducidas. Incluso en el
culmen de las civilizaciones tradicionales más desarrolladas —como la antigua
Roma o la China
tradicional — menos de un 10 por 100 de la población vivía en áreas urbanas, y
todos los demás estaban empleados en la producción de alimentos. Hoy, en la
mayoría de las sociedades industrializadas, estas proporciones se han invertido
casi por completo: generalmente más de un 90 por 100 de la población vive en
áreas urbanas, y sólo un 2 o un 3 por 100 trabaja en la producción agrícola.
No han cambiado
sólo los aspectos externos de nuestras vidas; estas transformaciones han
alterado y continúan alterando de forma radical los aspectos más personales e
íntimos de nuestra existencia cotidiana. Para ampliar un ejemplo anterior, la
difusión de los ideales del amor romántico estuvo fuertemente condicionada por
la transición desde una sociedad rural a una sociedad urbana e industrializada.
Cuando la gente se trasladó a las áreas urbanas y comenzó a trabajar en la
producción industrial, el matrimonio dejó de estar motivado principalmente por razones
económicas, por la necesidad de controlar la herencia de las tierras y de
trabajar en el campo como una unidad familiar. Los matrimonios «arreglados»
—fijados mediante las negociaciones de los padres y familiares— se hicieron
cada vez menos comunes. Cada vez más individuos fueron iniciando las relaciones
matrimoniales sobre la base de la atracción emocional y con la finalidad de
buscar una satisfacción personal. La idea de «enamorarse» como la base para
contraer un vínculo matrimonial se formó en este contexto. (Para una discusión
más detallada, véase capítulo 12: «Parentesco, matrimonio y familia».)
De forma
similar, antes del surgimiento de la medicina moderna las concepciones europeas
sobre la salud y la enfermedad eran semejantes a las que se encuentran en
muchos países no occidentales. Los métodos de diagnóstico y tratamiento
modernos, junto con la conciencia de la importancia de la higiene en la
prevención de las enfermedades infecciosas, datan sólo de comienzos del siglo
XIX. Nuestras opiniones actuales sobre la salud y la enfermedad surgieron
formando parte de trans-formaciones sociales más amplias que influyeron en
numerosos aspectos de las creencias acerca de la biología y la naturaleza.
La sociología
tiene sus comienzos en los intentos de ciertos pensadores de entender el
impacto inicial de las transformaciones que acompañaron a la industrialización
en Occidente, y sigue siendo la disciplina básica que se ocupa del análisis de
su naturaleza. Nuestro mundo de hoy es radicalmente diferente al de épocas
anteriores; la tarea de la sociología es ayudarnos a entender este mundo y su
futuro probable.
Sociología y
«sentido común»
La práctica de
la sociología incluye el obtener conocimiento sobre nosotros mismos, las
sociedades en las que vivimos y otras sociedades distintas de las nuestras en
el espacio y en el tiempo. Los hallazgos de la sociología alteran y a la
vez contribuyen a nuestras creencias de sentido común acerca de
nosotros mismos y de otros. Consideremos la siguiente lista de afirmaciones:
1. El amor
romántico es parte natural de la experiencia humana, y por tanto se encuentra
en todas las sociedades, en estrecha conexión con el matrimonio.
2. La duración
de la vida de las personas depende de su constitución biológica y no puede
estar demasiado influida por las diferencias sociales.
3. En épocas
anteriores la familia era una unidad estable, pero hoy hay un gran aumento en
la proporción de «hogares rotos».
4. En todas las
sociedades habrá personas desgraciadas o deprimidas; por consiguiente, los porcentajes
de suicidio tenderán a ser los mismos en todo el mundo.
5. La mayoría de
las personas en todas partes concede valor a la riqueza material y
tratarán de
prosperar si hay oportunidades para hacerlo.
6. Durante toda
la historia humana se han librado guerras. Si hoy nos enfrentamos a la amenaza
de la guerra nuclear, esto se debe a que los seres humanos tienen instintos
agresivos que siempre encontrarán una salida.
7. La difusión
de los ordenadores y la automatización en la producción industrial reducirá en
gran medida la jornada laboral media de la mayoría de la población.
Todas estas
afirmaciones son erróneas o cuestionables, y el ver por que nos ayudará a
entender las preguntas que plantean —y tratan de responder— los sociólogos en
su trabajo. (En capítulos posteriores analizaremos con mayor detalle estos
puntos.)
1. Como hemos
visto, la idea de que los vínculos matrimoniales deben basarse en el amor
romántico es reciente, y no se encuentra ni en la historia anterior de las
sociedades occidentales ni en otras culturas. En realidad, el amor romántico es
casi desconocido en la mayoría de las sociedades.
2. El tiempo de
vida de las personas se ve afectado de forma muy definida por las influencias
sociales. La razón es que los modos de vida social actúan como «filtros» de los
factores biológicos que causan enfermedades, debilidad o muerte. Por ejemplo,
los pobres suelen tener menos salud que los ricos, porque por lo general tienen
peores dietas, llevan una existencia de mayor desgaste físico y tienen acceso a
servicios médicos inferiores.
3. Si
retrocedemos hasta los primeros años del siglo pasado, la proporción de niños
que vivían en hogares con un solo padre natural era probablemente tan elevada
como lo es hoy, pues muchas personas morían jóvenes, sobre todo las mujeres en
el parto. La separación y el divorcio son hoy la causa principal de los
«hogares rotos», pero el nivel global no es muy diferente.
4. Las tasas de
suicidio no son ciertamente las mismas en todas las sociedades. Incluso si
consideramos únicamente los países occidentales, encontramos que las tasas de
suicidio varían de forma considerable. La tasa de suicidio del Reino Unido, por
ejemplo, es cuatro veces superior a la de España, pero sólo un tercio de la de
Hungría. Las tasas de suicidio aumentaron de modo bastante drástico durante el
principal período de industrialización de las sociedades occidentales, durante
los siglos XIX y comienzos del XX.
5. El valor que
numerosas personas en las sociedades modernas atribuyen a la riqueza y al «prosperar»
es en su mayor parte un desarrollo reciente. Está asociado a la emergencia del
«individualismo» en Occidente, el énfasis que tendemos a situar en el logro
individual. En muchas otras culturas se espera que los individuos pongan el
bien de la comunidad por encima de sus propios deseos e inclinaciones. La
riqueza material con frecuencia no tiene una consideración muy alta en
comparación con otros valores, como los religiosos.
6. Lejos de
tener un instinto de agresión, los seres humanos no tienen instintos en
absoluto, si «instinto» significa un modelo de comportamiento fijo y heredado.
Además, a lo largo de la mayor parte de la historia humana, cuando se vivía en
pequeños grupos tribales, la guerra no existía en la forma que vino a tener
posteriormente. Aunque algunos de estos grupos eran agresivos, muchos no lo
eran. No había ejércitos, y cuando se producían escaramuzas era frecuente que
las bajas fueran deliberadamente evitadas o limitadas. La amenaza de la guerra
nuclear en la actualidad está vinculada a un proceso de «industrialización de
la guerra» que es uno de los aspectos principales de la industrialización en
general.
7. Este supuesto
es bastante diferente de los otros, pues se refiere al futuro. Existen buenas
razones para que la idea haya de acogerse como mínimo con cautela. Las
industrias plenamente automatizadas son todavía bastante poco numerosas y
aisladas, y los trabajos eliminados por la automatización pueden ser
reemplazados por otros creados en otras partes. Aún no podemos estar seguros.
Una de las tareas de la sociología es examinar con rigor la evidencia real
disponible sobre tales cuestiones.
Obviamente, los
hallazgos sociológicos no siempre contradicen las concepciones de sentido
común. Las ideas de sentido común muchas veces suministran intuiciones sobre el
comportamiento social. Sin embargo, es necesario insistir en que el sociólogo
ha de estar dispuesto a preguntarse con respecto a cualquiera de las creencias
sobre nosotros mismos, por muy preciadas que nos sean: ¿son las cosas de
verdad así? Al hacerlo, la sociología también contribuye al «sentido
común» de cualquier momento y lugar. Mucho de lo que consideramos sentido
común, «algo que todo el mundo sabe» —por ejemplo, que el porcentaje de
divorcio ha aumentado mucho durante el período transcurrido desde la Segunda Guerra
Mundial—, se basa en la obra de sociólogos y otros científicos sociales. Es
necesaria mucha investigación de tipo regular para producir material de año en
año sobre las pautas de matrimonio y divorcio. Lo mismo puede decirse de
numerosísimas áreas de nuestro conocimiento de «sentido común».
Preguntas
sociológicas: fácticas, comparativas, de desarrollo y teóricas
Preguntas
fácticas
Algunas de las
preguntas que se plantean e intentan responder los sociólogos son en gran
medida fácticas. Como somos miembros de una sociedad, todos nosotros
tenemos ya un cierto grado de conocimiento fáctico sobre ella. Por ejemplo, en
nuestra sociedad todos somos conscientes de que hay leyes que se supone que
hemos de observar, y que ir en contra de ellas es arriesgarse a sufrir una
sanción penal. Pero es muy probable que el conocimiento del individuo corriente
sobre el sistema legal y la naturaleza y tipos de la actividad delictiva sea
esquemático e incompleto. Muchos aspectos del delito y la justicia precisan una
investigación sociológica directa y sistemática. Podríamos preguntar, por
ejemplo: ¿Qué formas de delincuencia son más comunes? ¿Qué proporción de
personas implicadas en conductas delictivas es detenida por la policía? ¿Cuántas
de éstas resultan culpables y son encarceladas? Las preguntas fácticas son a
menudo mucho más complicadas y difíciles de responder de lo que uno podría
pensar. Por ejemplo, las estadísticas oficiales sobre la delincuencia son de
dudoso valor para indicar el nivel real de actividad criminal.
Preguntas
comparativas
La información
fáctica sobre una sociedad, por supuesto, no nos dirá hasta qué punto estamos
tratando con un caso inusual y no con un grupo de influencias muy general. Los
sociólogos muchas veces plantean preguntas comparativas, relacionando un
contexto social dentro de una sociedad con otro o contrastando ejemplos tomados
de diferentes sociedades. Por ejemplo, hay diferencias significativas entre los
sistemas legales de Gran Bretaña y los Estados Unidos. Una pregunta
compa-rativa típica podría ser: ¿en qué medida varían las pautas de conducta
delictiva y actividad policial entre ambos países? (De hecho, entre ambos se
han encontrado importantes diferencias.)
Preguntas
sobre el desarrollo
En sociología
hemos de considerar no sólo las sociedades existentes en las relaciones que
tienen entre sí, sino también hemos de comparar el presente y el pasado. Las
preguntas que los sociólogos plantean a este respecto son preguntas sobre el
desarrollo. Para comprender la naturaleza del mundo moderno tenemos que
considerar formas de sociedad preexistentes, y también hemos de estudiar la
dirección principal que han tomado los procesos de cambio. Así podemos
investigar, por ejemplo, cómo se originaron las primeras prisiones (cuestión
que hemos tratado anteriormente).
Preguntas
teóricas
Las
investigaciones fácticas —o lo que los sociólogos generalmente prefieren
llamar empíricas— se ocupan de cómo suceden las cosas. Sin
embargo, la sociología no consiste en una mera recopilación de hecho, por
importantes e interesantes que puedan ser. También deseamos saber por qué
ocurren las cosas, y para hacerlo hemos de aprender a plantear preguntas
teóricas, a fin de lograr interpretar correctamente los hechos descubriendo las
causas de cualquier tema en el que se centre un estudio particular. Sabemos que
la industrialización ha tenido una influencia fundamental en el surgimiento de
las sociedades modernas. Pero ¿cuáles son los orígenes y las condiciones
previas de la industrialización? ¿Por qué encontramos diferencias entre las
sociedades en sus procesos de industrialización? ¿Por qué se relaciona la
industrialización con cambios en las formas de sanción penal o en los sistemas
de familia y matrimonio? Para responder a tales preguntas hemos de desarrollar
un pensamiento teórico. Las teorías implican la construcción de
interpretaciones abstractas que pueden utilizarse para explicar una amplia
variedad de situaciones empíricas. Una teoría sobre la industrialización, por
ejemplo, se ocuparía de identificar los rasgos principales que tienen en común
los procesos de desarrollo industrial, y trataría de mostrar cuáles de estos
procesos son los más importantes para explicar ese desarrollo. Por supuesto,
las preguntas factuales y teóricas nunca pueden separarse completamente. Sólo
podemos desarrollar enfoques teóricos válidos si somos capaces de contrastarlos
mediante el estudio empírico.
Necesitamos
teorías que nos ayuden a explicarnos los hechos. Al contrario de lo que afirma
el dicho popular, los hechos no hablan por sí solos. Muchos sociólogos trabajan
fundamentalmente sobre cuestiones empíricas, pero si su investigación no es
guiada por algún conocimiento teórico es muy improbable que su obra sea
esclarecedora. Esto puede aplicarse incluso a la investigación que se lleva a
cabo con objetivos estrictamente prácticos.
La «gente
práctica» tiende a sospechar de los teóricos, y puede que les guste pensar que
tienen los pies «muy en la tierra» y que no necesitan prestar atención a ideas
más abstractas. Sin embargo, todas las decisiones prácticas requieren ciertos
supuestos teóricos subyacentes. Alguien que lleva un negocio, por ejemplo,
puede tener en muy poco la «teoría». Sin embargo, todo enfoque de la actividad
empresarial implica supuestos teóricos, incluso aunque en muchas ocasiones no
se formulen. Así, puede suponer que la principal motivación que tienen sus
empleados para trabajar duramente es el nivel de salarios que reciben. Esta no
es sólo una interpretación teórica de la conducta humana; es además una
interpretación equivocada, como la investigación de la sociología industrial
tiende a demostrar.
Consecuencias
previstas e imprevistas de la acción humana
Los sociólogos
establecen una distinción importante entre los propósitos de nuestra conducta
—lo que pretendemos hacer— y las consecuencias imprevistas que ésta
produce. Los propósitos por los que hacemos las cosas pueden ser muy diferentes
de las consecuencias producidas. Esto nos permite entender muchas cosas acerca
de las sociedades. Las escuelas se fundan, por ejemplo, con el propósito de
enseñar técnicas de lectura y escritura y para permitir que los niños adquieran
nuevos conocimientos. Sin embargo, la existencia de escuelas también tiene
consecuencias que no se reconocen o pretenden tan claramente. Las escuelas
mantienen a los niños fuera del mercado de trabajo hasta que tienen una cierta
edad. El sistema escolar tiende también a aumentar las desigualdades,
canalizando a los estudiantes hacia trabajos diferentes de acuerdo con su
capacidad académica.
Es muy probable
que la mayoría de los cambios principales en la historia no se pretendieran.
Antes de la Revolución
rusa de 1917 varios grupos políticos intentaron derrocar el régimen existente.
Ninguno de ellos, sin embargo —incluyendo el partido bolchevique que finalmente
llegaría al poder—, anticipó el proceso de revolución que ocurrió de hecho. Una
serie de tensiones y luchas secundarias produjeron un proceso de transformación
social mucho más radical de lo que nadie en principio intentara llevar a efecto
(Skocpol. 1979).
Algunas veces,
la conducta emprendida en vista de un objetivo particular tiene consecuencias
que impiden el logro de ese objetivo. Hace algunos años, en Nueva York
se introdujeron leyes que obligaban a los propietarios de edificios en
deterioro en áreas de renta baja a que se ajustaran a un estándar mínimo. La
intención era mejorar el nivel básico de viviendas disponibles para los
sectores más pobres de la comunidad. De hecho, el resultado fue el contrario.
Los propietarios de viviendas en mal estado las abandonaron por completo o las
destinaron a otros usos, de manera que se produjo una escasez aún mayor de
viviendas satisfactorias (Sieber. 1981). Podemos encontrar un ejemplo
comparable volviendo al caso de las prisiones y asilos. Durante los últimos
años, en Gran Bretaña y en otros países occidentales el proceso de mantener
personas encerradas y apartadas de la comunidad se ha invertido parcialmente.
En un esfuerzo por crear una «asistencia comunitaria» para los delincuentes y
los enfermos mentales, algunas de las personas confinadas en prisiones y
hospitales psiquiátricos han sido puestas en libertad para que vivan en el
mundo exterior. Sin embargo, hasta cierto punto los resultados se han vuelto en
contra de los reformadores liberales que apoyaron la innovación. Muchos de los
anteriores pacientes mentales se han encontrado viviendo en una extrema
pobreza, incapaces de adaptarse al nuevo ambiente al que han sido lanzados.
Para ellos las consecuencias han sido desastrosas.
La continuidad y
el cambio en la vida social han de entenderse como una «mezcla» de
consecuencias previstas e imprevistas de las acciones de las personas. La
sociología tiene la tarea de examinar el equilibrio resultante entre la reproducción
y la transformación de la sociedad. Una sociedad no es un objeto
mecánico, como un reloj o un motor, que se «mantiene en marcha» porque integra
un conjunto de fuerzas. La reproducción de la sociedad tiene lugar porque hay
una continuidad en lo que las personas hacen de día en día y de año en año, y
en las prácticas sociales que siguen. Los cambios se producen en parte porque
las personas pretenden que ocurran, y en parte —como indica el ejemplo de la Revolución rusa— por
las consecuencias que nadie prevé o pretende.
¿Qué nos
puede enseñar la sociología de nuestras propias acciones?
Como individuos,
todos nosotros conocemos muchas cosas sobre nosotros mismos y sobre las
sociedades en que vivimos. Nos inclinamos a pensar que entendemos bien por qué
actuamos como lo hacemos, sin necesidad de que los sociólogos nos lo digan.
Hasta cierto punto esto es verdad. Nos ocupamos de muchas de las cosas que
hacemos en nuestra vida diaria porque comprendemos las convenciones sociales
implicadas. Sin embargo, este autoconocimiento tiene fronteras muy definidas, y
una de las tareas principales de la sociología es mostrar cuáles son.
Sobre la base de
la discusión sostenida hasta el momento, podemos aclarar con cierta facilidad
la naturaleza de estas fronteras. Como hemos visto antes, las personas emiten
numerosos juicios de sentido común sobre ellos mismos y sobre otros, juicios
que pueden resultar erróneos, parciales o mal informados. La investigación
sociológica ayuda a definir las limitaciones del conocimiento de nosotros mismos
y al mismo tiempo «retroalimenta» el conocimiento de nosotros mismos y de
nuestro entorno social. Otra contribución esencial de la sociología reside en
mostrar que, aunque todos nosotros entendemos bastante bien lo que hacemos y
por qué lo hacemos, a menudo sabemos muy poco acerca de las consecuencias de
nuestras acciones. Las consecuencias no pretendidas y no previstas de nuestras
acciones afectan todos los aspectos y contextos de la vida social. El análisis
sociológico explora las delicadas y sutiles conexiones entre los rasgos
intencionales y no intencionales del mundo social.
Estructura y
acción
Los entornos
sociales en los que existimos no consisten en meras agrupaciones casuales de
acontecimientos o acciones —están estructurados. Existen regularidades
subyacentes, o pautas, de los modos de comportamiento de las personas y de las
relaciones que tienen entre sí. Hasta cierto punto es útil representarse las
características estructurales de las sociedades como si semejaran la estructura
de un edificio. Un edificio tiene paredes, un piso y un tejado, que en su
conjunto le dan una «forma» particular. Pero la metáfora puede ser muy equívoca
si se aplica de modo demasiado estricto. Los sistemas sociales se
constituyen de acciones y relaciones humanas: lo que les confiere a éstas su
pauta es su repetición a través de períodos de tiempo y distancias en el
espacio. Así, en el análisis sociológico las ideas de reproducción social y de
estructura social están íntimamente ligadas. Hemos de entender las sociedades
humanas como edificios que en todo momento son reconstruidos por los mismos
ladrillos que las componen. Las acciones de todos nosotros están influidas
por las características estructurales de las sociedades en las que crecemos y
vivimos; al mismo tiempo, recreamos (y también, hasta cierto punto, alteramos)
esas características estructurales en nuestras acciones.
Desarrollo de
una perspectiva sociológica
Aprender a
pensar sociológicamente significa cultivar las facultades de la imaginación.
Estudiar sociología no puede ser un proceso rutinario de adquisición de
conocimiento. Un sociólogo es alguien capaz de liberarse de la inmediatez de
las circunstancias personales. El trabajo sociológico depende de lo que Wright
Mills, en una frase célebre, denominó la imaginación sociológica (Mills,
1970).
La imaginación
sociológica precisa, sobre todo, el poder «pensar tomando distancia» frente
a las rutinas familiares de nuestras vidas cotidianas para poder verlas como si
fueran algo nuevo. Consideremos el simple acto de beber una taza de café.
¿Qué podríamos decir, desde un punto de vista sociológico, sobre este hecho de
comportamiento, aparentemente tan carente de interés? La respuesta es:
muchísimas cosas.
En primer lugar,
podríamos señalar que el café no es simplemente una bebida que ayude a mantener
la asimilación de líquidos del individuo. Tiene un valor simbólico como
parte de unos rituales sociales cotidianos. A menudo, el ritual asociado con el
beber café es mucho más importante que el acto de consumir la propia bebida.
Por ejemplo, dos personas que conciertan «tomarse un café» juntas probablemente
estarán más interesadas en encontrarse y charlar que en consumir lo que beban.
La bebida y la comida son en todas las sociedades ocasiones para la interacción
social y la ejecución de rituales, y estos son un riquísimo objeto de estudio
socio lógico.
En segundo
lugar, el café es una droga que contiene cafeína, la cual tiene un
efecto estimulante en el cerebro. La mayoría de las personas de la cultura
occidental no considera que los adictos al café «consuman droga». La razón de
este hecho es una cuestión sociológica interesante. Como el alcohol, el café es
una droga «socialmente aceptable», mientras que, por ejemplo, la marihuana no
lo es. Sin embargo, hay culturas que toleran el consumo de marihuana, pero son
desfavorables al café y al alcohol. (Para una discusión más detallada de estas
cuestiones. véase capítulo 5: «Conformidad y desviación».)
En tercer lugar,
el individuo que bebe una taza de café está encadenado a una serie extremadamente
complicada de relaciones sociales y económicas que se extienden por todo
el mundo. La producción, transporte y distribución de café requieren
transacciones continuadas entre muchas personas a muchos miles de kilómetros de
quien se bebe el café. El estudio de estas transacciones globales constituye
una tarea importante de la sociología, puesto que muchos aspectos de nuestras
vidas se ven ahora afectados por comunicaciones e intercambios comerciales
mundiales.
Finalmente, el
acto de beber una taza de café presupone todo un proceso de desarrollo
económico y social pretérito. Junto con muchos otros componentes de la
dieta occidental ahora corrientes —como el té, los plátanos, las patatas y el
azúcar blanco—, el café sólo vino a ser ampliamente consumido a partir del
siglo XIX. Aunque el café se originó en Oriente Medio, su consumo masivo data
del período de la expansión colonial occidental de hace un siglo y medio. Casi
todo el café que bebemos en los países occidentales en la actualidad proviene de
áreas (Sudamérica y África) que fueron colonizadas por europeos.
Desarrollar la
imaginación sociológica significa usar materiales de la antropología (el
estudio de las sociedades tradicionales) y de la historia, además de los de la
sociología. La dimensión antropológica (el estudio de las sociedades
tradicionales) de la imaginación sociológica es vital, pues nos permite ver qué
caleidoscopio de formas diferentes de vida social humana existe. Al contrastar
éstas con las nuestras, aprendemos más acerca de lo distintivo de nuestras
pautas específicas de conducta. La dimensión histórica de la imaginación
sociológica es igualmente fundamental: sólo podemos captar la naturaleza
distintiva de nuestro mundo actual si podemos compararlo con el pasado. El
pasado es un espejo que el sociólogo debe sostener para entender el presente.
Todas estas tareas implican el «pensar distanciándonos» de nuestras propias
costumbres y hábitos para desarrollar un entendimiento más profundo de ellos.
Hay todavía otro
aspecto de la imaginación sociológica: de hecho, aquel en el que Mills ponía
mayor énfasis. Se refiere a nuestras posibilidades para el futuro. La
sociología nos ayuda no sólo a analizar las pautas existentes de vida social,
sino a ver algunos de los «futuros posibles» abiertos para nosotros. El
ejercicio imaginativo del trabajo sociológico puede que no sólo nos muestre qué
es lo que ocurre, sino también qué podría ocurrir en caso de
intentar producir algún efecto. A menos que estén basados en una comprensión
sociológica informada de las tendencias actuales, nuestros intentos para
influir en los desarrollos futuros serán ineficaces o frustrados.
¿Es la
sociología una ciencia?
La sociología
ocupa una posición destacada entre un grupo de disciplinas (entre las que
también se incluyen la antropología. la economía y las ciencias políticas) que
generalmente se denominan ciencias sociales. ¿Pero podemos estudiar
realmente la vida social humana de una forma «científica»? Para contestar a
esta pregunta, antes que nada hemos de entender las principales características
de la ciencia como forma de empresa intelectual. ¿Qué es ciencia?
La ciencia es el
uso de métodos sistemáticos de investigación, pensamiento teórico y examen
lógico de argumentos para desarrollar un cuerpo de conocimiento sobre un objeto
particular. El trabajo científico depende de una mezcla de pensamiento
osadamente innovador y de la disposición y el control cuidadosos de la
evidencia para apoyar o desechar hipótesis y teorías. La información y las
ideas acumuladas durante el estudio y el debate científicos son siempre, hasta
cierto punto, tentativas: abiertas a la revisión, o incluso a ser
descartadas totalmente, a la luz de nuevas pruebas o argumentos.
Cuando
preguntamos « ¿es la sociología una ciencia?» queremos decir dos cosas:
«¿Es posible
configurar esta disciplina siguiendo de cerca el modelo de los procedimientos
de la ciencia natural?» y «¿puede la sociología esperar alcanzar el mismo tipo
de conocimiento preciso, bien fundamentado, que los científicos naturales han
desarrollado con respecto al mundo físico?» Estas preguntas siempre han sido en
alguna medida controvertidas, pero durante un largo período la mayoría de los
sociólogos respondió de forma afirmativa. Sostenían que la sociología puede, y
debe, asemejarse a la ciencia natural en sus procedimientos y en el carácter de
sus descubrimientos (una perspectiva que a veces se conoce como positivismo).
Esta concepción
se considera ahora ingenua. Igual que el resto de las «ciencias» sociales, la
sociología es una disciplina científica en el sentido de que implica
métodos de investigación sistemáticos, el análisis de datos, y el examen de
teorías a la luz de la evidencia y de la discusión lógica. El estudiar los
seres humanos, sin embargo, es diferente de observar los sucesos del mundo
físico, y ni el marco lógico ni los descubrimientos de la sociología pueden
entenderse adecuadamente desde las comparaciones con la ciencia natural. Al
investigar la vida social tratamos con actividades significativas para
las personas que se dedican a ellas. A diferencia de los objetos de la
naturaleza, los seres humanos son seres autoconscientes que confieren sentido y
finalidad a lo que hacen. No podemos siquiera describir la vida social con
exactitud a menos que ante todo captemos los significados que las personas
aplican a su conducta. Por ejemplo, para describir una muerte como «suicidio»
es necesario saber algo sobre qué es lo que la persona en cuestión pretendía
cuando murió. El «suicidio» sólo puede producirse cuando un individuo trata
deliberadamente de autodestruirse. Si una persona se pone accidentalmente
delante de un coche y muere no puede decirse que haya cometido un suicidio; esa
persona no deseaba la muerte.
El hecho de que
no podamos estudiar los seres humanos exactamente igual que los objetos de la
naturaleza es, en ciertos aspectos, una ventaja para la sociología; en otros,
crea dificultades con las que no tropiezan los científicos de la naturaleza.
Los investigadores sociológicos se benefician de poder plantear preguntas
directamente a aquellos a los que estudian: otros seres humanos. Por otra
parte, las personas que saben que sus actividades se están estudiando muchas
veces no se comportarán del mismo modo en que lo hacen normalmente. Por
ejemplo, cuando los individuos contestan cuestionarios, consciente o
inconscientemente pueden dar una imagen de ellos mismos que difiere de sus
actitudes usuales. Pueden incluso tratar de «ayudar» al investigador dándole
las respuestas que creen que desea.
Objetividad
Los sociólogos
aspiran al distanciamiento en su investigación y pensamiento teórico,
intentando estudiar el mundo social sin prejuicios. Un buen sociólogo tratará
de dejar a un lado los prejuicios que pueden impedir que las ideas o las
pruebas se examinen con imparcialidad. Pero nadie está totalmente libre de
prejuicios sobre todos los temas, e, inevitablemente, sólo hasta cierto punto
es posible desarrollar tales actitudes con respecto a cuestiones muy
disputadas. Sin embargo, la objetividad no depende única, ni siquiera fundamentalmente,
de la perspectiva de los investigadores concretos. Tiene que ver con métodos de
observación y discusión. Aquí el carácter público de la disciplina tiene
una importancia esencial. Como los descubrimientos y los informes de la
investigación están disponibles para su examen —se publican en artículos,
monografías o libros—, los demás pueden comprobar las conclusiones. Las
afirmaciones sostenidas sobre la base de los descubrimientos de la
investigación pueden examinarse de forma crítica, y otros pueden desechar las
inclinaciones personales.
De este modo, la
objetividad en la sociología se alcanza sustancialmente mediante los efectos de
la crítica mutua entre los miembros de la comunidad sociológica. Muchos
de los objetos estudiados en la sociología están sujetos a controversia, puesto
que conciernen directamente a disputas y luchas de la propia sociedad. Pero
mediante el debate público, el examen de las pruebas y de la estructura lógica
de los argumentos, estas cuestiones pueden analizarse de forma fructífera y
eficaz (Habermas. 1979).
La
importancia práctica de la sociología
Comprensión
de las situaciones sociales
La sociología
tiene muchas implicaciones prácticas para nuestra vida. El pensamiento y la
investigación sociológicos contribuyen en la práctica a la elaboración de
políticas y a la reforma social de muchas maneras evidentes. La más directa es,
simplemente, haciendo comprender de forma más clara o adecuada que antes
una situación social. Esto puede ser en el nivel del conocimiento fáctico, o
mejorando la forma de captar por qué ocurre algo (en otras palabras.
mediante la comprensión teórica). Por ejemplo, la investigación puede poner de
manifiesto que vive en la pobreza una proporción de la población muy superior a
lo que antes se creía. Evidentemente, cualquier intento de fomentar mejores
niveles de vida tendrá mayores oportunidades de éxito si se basa en una
información precisa y sin deficiencias. Sin embargo, cuanto mejor entendamos
por qué sigue siendo tan difundida la pobreza, tanto más probable es que puedan
llevarse a cabo con éxito políticas en contra de ella.
Conciencia de
las diferencias culturales
Una segunda
forma en que la sociología ayuda en la elaboración práctica de políticas es
ayudando a fomentar una mayor conciencia cultural por parte de los
diversos grupos sociales. La investigación sociológica proporciona un medio de
ver el mundo social desde una diversidad de perspectivas culturales, ayudando,
por tanto, a acabar con los prejuicios que los grupos tienen los unos sobre los
otros. Es imposible elaborar una política hábil sin tener una refinada
conciencia de los cambiantes valores culturales. Las políticas prácticas que no
se basen en una conciencia informada de los modos de vida de aquellos a los que
afectan tienen muy pocas expectativas de éxito. Así, un asistente social blanco
que trabaje en una comunidad antillana de una ciudad británica no podrá ganarse
la confianza de sus miembros sin desarrollar una sensibilidad hacia las
diferencias culturales que a menudo separan a los negros y’ a los blancos en
Gran Bretaña.
Valoración de
los efectos de las políticas[1]
En tercer lugar,
la investigación sociológica tiene implicaciones prácticas por lo que se
refiere a la evaluación de las iniciativas políticas. Un programa de
reforma práctica puede simplemente fracasar en lo que se refiere al logro de
los objetivos de quienes lo concibieron, o acarrear una serie de desagradables
consecuencias no pretendidas. Por ejemplo, en los años que siguieron a la Segunda Guerra
Mundial se construyeron grandes bloques de viviendas en los centros urbanos de
muchos países. Estaban pensados para proporcionar viviendas de elevado nivel a
grupos de ingresos bajos de las áreas suburbiales, y ofrecían servicios
comerciales y de otro tipo muy próximos. Sin embargo, la investigación mostró
que muchos de los que se trasladaban desde sus viviendas anteriores a los
grandes bloques de apartamentos se sentían aislados y desgraciados. Los
elevados edificios y los centros comerciales peatonales se deterioraron rápidamente,
y se convirtieron en lugares que favorecían los atracos y otros crímenes
violentos.
El aumento
del autoconocimiento
En cuarto lugar,
y en ciertos aspectos esto es lo más importante de todo, la sociología puede
enseñarles a los grupos sociales cosas sobre ellos mismos, aumentar su
autoconocimiento. Cuanto más sepan las personas sobre las condiciones de su
propia acción, y sobre el funcionamiento de su sociedad en general, tanto más
probable es que puedan influir en las circunstancias de su propia vida. No es
necesario que pensemos que la única tarea práctica de la sociología es la de
ayudar a quienes elaboran las políticas —es decir, a los grupos poderosos— a
tomar decisiones informadas. No siempre puede suponerse que quienes están en el
poder piensen en los intereses de los menos poderosos o privilegiados al
elaborar sus políticas. Grupos informados por sí mismos pueden responder de
forma eficaz a las políticas que lleven a efecto los funcionarios del gobierno
u otras autoridades, y pueden, por tanto, tomar iniciativas políticas propias.
Grupos de «autoayuda» (como Alcohólicos Anónimos) y movimientos sociales (como
los movimientos de mujeres) son ejemplos de asociaciones sociales que tratan de
producir directamente reformas directas. (Véase capítulo 9: «Grupos y
organizaciones».)
El papel del
sociólogo en la sociedad
¿Deben los
mismos sociólogos defender de forma activa y llevar a efecto acciones públicas
en favor de programas prácticos de reforma o cambio social? Hay quienes
defienden que la sociología puede preservar su objetividad sólo si quienes la
practican son cuidadosamente neutrales en controversias morales y políticas,
pero no hay razón alguna para pensar que los estudiosos que se quedan al margen
de los debates de actualidad sean necesariamente más imparciales que otros en
su examen de las cuestiones sociológicas. Existe un nexo insoslayable entre el
estudio de la sociología y las exigencias de la conciencia social. Nadie que
tenga conocimientos sociológicos puede ser inconsciente de las desigualdades
que existen hoy en el mundo, la falta de justicia social en muchas situaciones
sociales o las privaciones sufridas por millones de personas. Sería extraño que
los sociólogos no tomaran posición sobre las cuestiones prácticas, y sería tan
ilógico como poco práctico intentar prohibirles que recurrieran a su
conocimiento sociológico al hacerlo.
Comentarios
para concluir
En este capítulo
hemos visto la sociología como una disciplina en la que dejamos a un lado
nuestra concepción personal del mundo para observar con mayor atención las
influencias que conforman nuestras vidas y las ajenas. La sociología surgió
como una empresa intelectual definida con el temprano desarrollo de las
sociedades industrializadas modernas, y el estudio de tales sociedades sigue
siendo su principal interés. Sin embargo, los sociólogos también se preocupan
de una amplia gama de cuestiones relativas a la naturaleza de la interacción
social y a las sociedades humanas en general. En el siguiente capítulo
investigaremos la diversidad de la cultura humana, atendiendo a los enormes
contrastes entre las costumbres y los hábitos que siguen pueblos diferentes.
Para ello, precisamos embarcarnos en un viaje de exploración cultural alrededor
del mundo. Tenemos que volver a seguir intelectualmente los viajes que
Cristóbal Colón, el capitán Cook y otros aventureros emprendieron cuando
partieron en sus azarosos viajes por el globo. Como sociólogos, sin embargo, no
podemos considerarlos únicamente desde el punto de vista del explorador —como viajes
de «descubrimiento»— pues estas expediciones iniciaron un proceso de expansión
de Occidente que tuvo un impacto dramático en otras culturas y en el posterior
desarrollo social del mundo.
[1] Nota del
editor; en el siguiente texto se puede ver cómo la sociología (o en este caso
puntual la antropología) puede servir para analizar y mejorar políticas
públicas. http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/subnotas/5755-1020-2012-01-29.html.
Harrah's Casino Atlantic City - MapYRO
ResponderEliminarHarrah's Casino Atlantic City. Atlantic City, NJ 청주 출장안마 08401. Directions · 목포 출장안마 (609) 317-6000. Directions · 김포 출장샵 (609) 서울특별 출장안마 317-6000. Find address, phone number, 김천 출장샵 map, map,