martes, 7 de febrero de 2012

Anthonny Giddens


Giddens Anthony (1991) “Sociología: problemas y perspectivas”, en Giddens, A. Sociología. Madrid. Alianza.

PROBLEMAS Y PERSPECTIVAS
Vivimos hoy —próximos al final del siglo XX— en un mundo que es enormemente preocupante, pero lleno de las más extraordinarias promesas para el futuro. Es un mundo pletórico de cambios, marcado por profundos conflictos, tensiones y divisiones sociales, así como por la terrorífica posibilidad de una guerra nuclear y por los destructivos ataques de la tecnología moderna al entorno natural. Sin embargo, tenemos posibilidades de controlar nuestro destino, de conformar nuestras vidas para lo mejor, cosa harto inimaginable para generaciones anteriores. ¿Cómo surgió este mundo? ¿Por qué son nuestras condiciones de vida tan diferentes de las de nuestros antepasados? ¿Qué direcciones tomará el cambio en el futuro? Estas cuestiones son la preocupación primordial de la sociología, una disciplina que, por consiguiente, tiene que desempeñar un papel fundamental en la cultura intelectual moderna.
La sociología es el estudio de la vida social humana, de los grupos y sociedades. Es una empresa cautivadora y atrayente, al tener como objeto nuestro propio comportamiento como seres humanos. El ámbito de la sociología es extremadamente amplio, desde el análisis de los encuentros efímeros entre individuos en la calle hasta la investigación de los procesos sociales mundiales. Unos pocos ejemplos permitirán que nos formemos una impresión inicial sobre su naturaleza y objetivos.

¿De qué trata la sociología? Algunos ejemplos
Amor y matrimonio
¿Por qué se enamoran y se casan las personas? La respuesta parece obvia a primera vista. El amor expresa una atracción física y personal que dos individuos sienten el uno por el otro. Hoy en día, muchos de nosotros podemos ser escépticos ante la idea de que el amor «es para siempre», pero el «enamorarse», nos inclinamos a pensar, deriva de sentimientos y emociones humanos universales. Parece del todo natural que una pareja que se enamora desee formar un hogar, y que busquen su realización personal y sexual en su relación.
Sin embargo, este punto de vista, que parece ser evidente de por sí, es de hecho bastante raro. La idea del amor romántico no se extendió en Occidente hasta fecha bastante reciente, y no ha existido jamás en la mayoría de las otras culturas. Sólo en los tiempos modernos el amor, el matrimonio y la sexualidad se han considerado íntimamente ligados entre sí. En la Edad Media, y durante siglos después de ella, las personas se casaban sobre todo para perpetuar la posesión de un título o de una propiedad en las manos de la familia, o para tener hijos que trabajaran la granja familiar. Una vez casados, puede que en ocasiones llegaran a ser compañeros muy unidos; sin embargo, esto sucedía después del matrimonio, pero no antes. Existían relaciones sexuales fuera del matrimonio, pero en éstas no intervenían demasiado los sentimientos que asociamos con el amor. El amor se consideraba «en el mejor de los casos, como una debilidad necesaria, y, en el peor, como una especie de enfermedad» (Monter, 1977, p. 123).
El amor romántico hizo aparición por vez primera en los círculos cortesanos, como una característica de las aventuras sexuales extramaritales en las que incurrían los miembros de la aristocracia. Hasta hace unos dos siglos estaba totalmente confinado a tales círculos, y se mantenía específicamente separado del matrimonio. Las relaciones entre el marido y la mujer en los círculos aristocráticos a menudo eran frías y distantes..., comparadas, claro está, con nuestras expectativas matrimoniales actuales. Los ricos vivían en grandes casas. Cada uno de los esposos tenía su propio dormitorio y sus sirvientes; puede que raras veces se vieran en privado. La compatibilidad sexual era una cuestión de azar, y no se consideraba relevante para el matrimonio. Tanto entre los ricos como entre los pobres, era la parentela quien tomaba la decisión del matrimonio, no los individuos interesados, que tenían poco o nada que decir al respecto (éste sigue siendo el caso en muchas culturas no occidentales actuales).
Como vemos, ni el amor romántico ni su asociación con el matrimonio pueden entenderse como características «dadas» de la vida humana, sino que están conformadas por influencias sociales más amplias. Éstas son las influencias que los sociólogos estudian y que se hacen sentir incluso en experiencias que, en apariencia, son puramente personales. La mayoría de nosotros ve el mundo desde el punto de vista de nuestras propias vidas. La sociología demuestra la necesidad de adoptar una perspectiva mucho más amplia sobre las razones que nos llevan a actuar como lo hacemos.

Salud y enfermedad
Normalmente consideramos la salud y la enfermedad como cuestiones relacionadas únicamente con la condición física del cuerpo. Una persona siente molestias y dolores o tiene fiebre. ¿Cómo podría tener esto algo que ver con influencias más amplias de tipo social? Sin embargo, los factores sociales tienen de hecho un efecto profundo sobre la experiencia y la aparición de las enfermedades, así como sobre el modo en que reaccionamos a la enfermedad. Nuestro mismo concepto de «enfermedad» como mal funcionamiento físico del cuerpo no es compartido por todas las sociedades. Otras sociedades piensan que la enfermedad, e incluso la muerte, están producidas por hechizos, no por causas físicas susceptibles de tratamiento. En nuestra sociedad, los miembros de la Christian Science rechazan muchas de las ideas ortodoxas sobre la enfermedad, en la creencia de que en realidad somos seres espirituales y perfectos hechos a la imagen de Dios, y que la enfermedad proviene de un mal entendimiento de la realidad, de «admitir el error».
El tiempo que uno puede esperar vivir y las probabilidades de contraer enfermedades graves como afecciones cardíacas, cáncer o neumonía están muy influidos por características sociales. Cuanto mejor posición económica tengan las personas, menores son las probabilidades de que sufran enfermedades graves en un momento cualquiera de sus vidas. Además, existen roles sociales muy definidos acerca de cómo se espera que nos comportemos cuando caemos enfermos. Una persona en-ferma queda excusada de muchos o de todos los deberes normales de la vida cotidiana, pero la enfermedad tiene que ser reconocida como «lo suficientemente grave» para que pueda exigir estas ventajas sin ser criticado o reprendido. Es probable que si se piensa que alguien sufre sólo de una forma de debilidad relativamente benigna, o su enfermedad no se ha identificado con precisión, se considere a esa persona un «enfermo fingido», sin que realmente tenga el derecho de sustraerse a las obligaciones diarias.

Otro ejemplo: crimen y castigo
La terrorífica descripción reseñada a continuación relata las horas finales de un hombre ejecutado en 1757, acusado de planear el asesinato del rey de Francia. El desdichado individuo fue condenado a que se le arrancara la carne del pecho, piernas y brazos, y a que se vertiera sobre las heridas una mezcla de aceite hirviendo, cera y azufre. A continuación, cuatro caballos tenían que tirar de su cuerpo y despedazarlo, y las partes desmembradas habían de ser quemadas. Un oficial de la guardia dejó el siguiente relato de los sucesos:
El verdugo introdujo un hierro en el caldero que contenía la poción hirviente, que derramó generosamente sobre cada herida. A continuación, se ataron al cuerpo del condenado las cuerdas que iban a ser uncidas a los caballos, y se ataron las cuerdas a los caballos, que fueron situados frente a los brazos y piernas, uno en cada miembro [....] Los caballos dieron un fuerte estirón, tirando cada uno en línea recta de un miembro; cada caballo era guiado por un verdugo. Después de un cuarto de hora volvió a repetirse la misma ceremonia, y finalmente, después de varios intentos, hubo de cambiarse la dirección de los caballos de la siguiente manera: los que estaban en los muslos se pusieron hacia los brazos, con lo que se rompieron los brazos por las articulaciones. Esto se repitió varias veces sin éxito.
Después de dos o tres intentos, el verdugo Samson y el que había usado las pinzas sacaron cada uno un cuchillo del bolsillo y cortaron el cuerpo por los muslos en lugar de seccionar las piernas por las articulaciones: los cuatro caballos dieron un estirón y se llevaron tras ellos las piernas: primero la derecha y a continuación la otra. Luego se hizo lo mismo con los brazos, los hombros y los cuatro miembros; fue necesario cortar la carne casi hasta el hueso. Los caballos, dando un fuerte tirón, se llevaron primero el brazo derecho y luego el otro. (Foucault, 1979, pp. 4-5.)
La víctima se mantuvo viva hasta la separación final de sus miembros del torso.
Antes de la época moderna, los castigos como éste no eran infrecuentes. Como John Lofland ha escrito, describiendo las formas de ejecución tradicionales:
Las ejecuciones históricas de épocas anteriores estaban calculadas para maximizar el período de agonía del condenado y su conciencia durante éste. Aplastar hasta la muerte mediante una carga progresivamente pesada situada sobre el pecho, romper al condenado en la rueda, la crucifixión, el estrangulamiento, la hoguera, el cortar tiras de carne, apuñalar partes no vitales del cuerpo, estirar y cuartear, y otras técnicas semejantes consumían períodos de tiempo bastante prolongados. Incluso el ahorcamiento fue una técnica de efectos lentos durante la mayor parte de su historia. Cuando simplemente se retiraba el carro de los pies del condenado o la trampilla se abría sin más, el condenado era estrangulado lentamente, y antes de sucumbir se retorcía durante varios minutos [...] para abreviar esta lucha, el verdugo a veces se ponía bajo el patíbulo para tirar de las piernas del condenado. (Lofland, 1977, p. 311.)

Las ejecuciones frecuentemente se llevaban a cabo frente a extensas audiencias, práctica que persistió hasta bien entrado el siglo XVIII en algunos países. A los condenados a muerte se les paseaba por las calles en un carro abierto, para que se encaminaran a su fin como parte de un espectáculo con buena publicidad, en el que las multitudes aclamarían o abuchearían, según su actitud hacia cada víctima en particular. Los verdugos eran celebridades públicas, y en ocasiones tenían la fama y seguimiento que se prodiga a las estrellas de cine en los tiempos modernos.
Hoy en día encontramos estos modos de castigo totalmente repelentes. Pocos de nosotros podemos imaginar el divertirnos con el espectáculo de la tortura o la muerte violenta de alguien, sean cuales sean los crímenes que hubiera podido cometer. Nuestro sistema penal está basado en el encarcelamiento más que en infligir dolor físico, y en la mayoría de los países occidentales la pena de muerte se ha abolido por completo. ¿Por qué cambian las cosas? ¿Por qué sentencias de encarcelamiento reemplazan a formas de castigo más antiguas y violentas?
Es tentador suponer que en el pasado la gente simplemente era más brutal, y que nosotros nos hemos humanizado. Pero para un sociólogo, esta explicación no es convincente. El uso público de la violencia como método de castigo estuvo, establecido en Europa durante siglos. Las personas no cambian súbitamente sus actitudes hacia tales prácticas «sin más ni más»; intervienen influencias sociales más amplias, relacionadas con importantes procesos de cambio que se dieron en ese período. Las sociedades europeas se estaban industrializando y urbanizando. El antiguo orden rural estaba siendo rápidamente reemplazado por un orden en el que cada vez más gente trabajaba en fábricas y talleres, trasladándose a las áreas urbanas en expansión. El control social sobre las poblaciones urbanas no podía mantenerse mediante los antiguos métodos de castigo, que, basados en establecer un ejemplo temible, sólo eran apropiados en comunidades reducidas y estrechamente entretejidas, en las que se presentaban pocos casos.
Las prisiones se desarrollaron como parte de una tendencia general hacia el establecimiento de organizaciones en las que los individuos se mantenían «encerrados y apartados» del mundo externo, como una forma de controlar y disciplinar su comportamiento. Entre los que eran encerrados al principio no sólo se contaban delincuentes, sino vagabundos, enfermos, personas sin empleo, débiles mentales y locos. Las prisiones sólo de forma gradual empezaron a separarse de los manicomios y de los hospitales para los enfermos físicos. En las prisiones se suponía que los delincuentes se «rehabilitaban» para convertirse en buenos ciudadanos. El castigo del crimen se orientó a crear ciudadanos obedientes en vez de mostrar públicamente a los demás las terribles consecuencias que se siguen de la mala conducta. Lo que ahora consideramos como actitudes más humanas hacia el castigo tendieron a seguirse de estos cambios, y no a causarlos en primer término. Los cambios en el tratamiento de los delincuentes forman parte de los procesos que barrieron los órdenes tradicionales aceptados durante siglos. Estos procesos crearon las sociedades en las que vivimos hoy.

Implicaciones: la naturaleza de la sociología
Consideremos ahora los ejemplos discutidos hasta el momento. En cada uno de los tres casos —amor, matrimonio y sexualidad, salud y enfermedad, y castigo del crimen— hemos visto que los que- podrían considerarse sentimientos humanos «naturalmente dados» están sin embargo impregnados de la influencia de factores sociales. Una comprensión de las formas sutiles, aunque complejas y profundas, en las que nuestra vida refleja los contextos de nuestra experiencia social es básica para la perspectiva sociológica. La sociología se centra muy especialmente en la vida social en el mundo moderno —el mundo creado por los radicales cambios de las sociedades humanas ocurridos a lo largo de los dos últimos siglos, más o menos.

El cambio en el mundo moderno
Los cambios en las formas de vida humana en las dos últimas centurias han sido de muy gran alcance. Nos hemos acostumbrado, por ejemplo, al hecho de que la mayoría de la población no trabaje en el campo, a que viva en ciudades grandes y pequeñas más que en reducidas comunidades rurales. Pero esto jamás sucedió hasta la era moderna. Virtualmente, durante toda la historia humana, la inmensa mayoría de las personas tenían que producir sus propios medios de subsistencia, y vivían en pequeños grupos o comunidades aldeanas reducidas. Incluso en el culmen de las civilizaciones tradicionales más desarrolladas —como la antigua Roma o la China tradicional — menos de un 10 por 100 de la población vivía en áreas urbanas, y todos los demás estaban empleados en la producción de alimentos. Hoy, en la mayoría de las sociedades industrializadas, estas proporciones se han invertido casi por completo: generalmente más de un 90 por 100 de la población vive en áreas urbanas, y sólo un 2 o un 3 por 100 trabaja en la producción agrícola.
No han cambiado sólo los aspectos externos de nuestras vidas; estas transformaciones han alterado y continúan alterando de forma radical los aspectos más personales e íntimos de nuestra existencia cotidiana. Para ampliar un ejemplo anterior, la difusión de los ideales del amor romántico estuvo fuertemente condicionada por la transición desde una sociedad rural a una sociedad urbana e industrializada. Cuando la gente se trasladó a las áreas urbanas y comenzó a trabajar en la producción industrial, el matrimonio dejó de estar motivado principalmente por razones económicas, por la necesidad de controlar la herencia de las tierras y de trabajar en el campo como una unidad familiar. Los matrimonios «arreglados» —fijados mediante las negociaciones de los padres y familiares— se hicieron cada vez menos comunes. Cada vez más individuos fueron iniciando las relaciones matrimoniales sobre la base de la atracción emocional y con la finalidad de buscar una satisfacción personal. La idea de «enamorarse» como la base para contraer un vínculo matrimonial se formó en este contexto. (Para una discusión más detallada, véase capítulo 12: «Parentesco, matrimonio y familia».)
De forma similar, antes del surgimiento de la medicina moderna las concepciones europeas sobre la salud y la enfermedad eran semejantes a las que se encuentran en muchos países no occidentales. Los métodos de diagnóstico y tratamiento modernos, junto con la conciencia de la importancia de la higiene en la prevención de las enfermedades infecciosas, datan sólo de comienzos del siglo XIX. Nuestras opiniones actuales sobre la salud y la enfermedad surgieron formando parte de trans-formaciones sociales más amplias que influyeron en numerosos aspectos de las creencias acerca de la biología y la naturaleza.
La sociología tiene sus comienzos en los intentos de ciertos pensadores de entender el impacto inicial de las transformaciones que acompañaron a la industrialización en Occidente, y sigue siendo la disciplina básica que se ocupa del análisis de su naturaleza. Nuestro mundo de hoy es radicalmente diferente al de épocas anteriores; la tarea de la sociología es ayudarnos a entender este mundo y su futuro probable.

Sociología y «sentido común»
La práctica de la sociología incluye el obtener conocimiento sobre nosotros mismos, las sociedades en las que vivimos y otras sociedades distintas de las nuestras en el espacio y en el tiempo. Los hallazgos de la sociología alteran y a la vez contribuyen a nuestras creencias de sentido común acerca de nosotros mismos y de otros. Consideremos la siguiente lista de afirmaciones:

1. El amor romántico es parte natural de la experiencia humana, y por tanto se encuentra en todas las sociedades, en estrecha conexión con el matrimonio.
2. La duración de la vida de las personas depende de su constitución biológica y no puede estar demasiado influida por las diferencias sociales.
3. En épocas anteriores la familia era una unidad estable, pero hoy hay un gran aumento en la proporción de «hogares rotos».
4. En todas las sociedades habrá personas desgraciadas o deprimidas; por consiguiente, los porcentajes de suicidio tenderán a ser los mismos en todo el mundo.
5. La mayoría de las personas en todas partes concede valor a la riqueza material y
tratarán de prosperar si hay oportunidades para hacerlo.
6. Durante toda la historia humana se han librado guerras. Si hoy nos enfrentamos a la amenaza de la guerra nuclear, esto se debe a que los seres humanos tienen instintos agresivos que siempre encontrarán una salida.
7. La difusión de los ordenadores y la automatización en la producción industrial reducirá en gran medida la jornada laboral media de la mayoría de la población.
Todas estas afirmaciones son erróneas o cuestionables, y el ver por que nos ayudará a entender las preguntas que plantean —y tratan de responder— los sociólogos en su trabajo. (En capítulos posteriores analizaremos con mayor detalle estos puntos.)

1. Como hemos visto, la idea de que los vínculos matrimoniales deben basarse en el amor romántico es reciente, y no se encuentra ni en la historia anterior de las sociedades occidentales ni en otras culturas. En realidad, el amor romántico es casi desconocido en la mayoría de las sociedades.
2. El tiempo de vida de las personas se ve afectado de forma muy definida por las influencias sociales. La razón es que los modos de vida social actúan como «filtros» de los factores biológicos que causan enfermedades, debilidad o muerte. Por ejemplo, los pobres suelen tener menos salud que los ricos, porque por lo general tienen peores dietas, llevan una existencia de mayor desgaste físico y tienen acceso a servicios médicos inferiores.
3. Si retrocedemos hasta los primeros años del siglo pasado, la proporción de niños que vivían en hogares con un solo padre natural era probablemente tan elevada como lo es hoy, pues muchas personas morían jóvenes, sobre todo las mujeres en el parto. La separación y el divorcio son hoy la causa principal de los «hogares rotos», pero el nivel global no es muy diferente.
4. Las tasas de suicidio no son ciertamente las mismas en todas las sociedades. Incluso si consideramos únicamente los países occidentales, encontramos que las tasas de suicidio varían de forma considerable. La tasa de suicidio del Reino Unido, por ejemplo, es cuatro veces superior a la de España, pero sólo un tercio de la de Hungría. Las tasas de suicidio aumentaron de modo bastante drástico durante el principal período de industrialización de las sociedades occidentales, durante los siglos XIX y comienzos del XX.
5. El valor que numerosas personas en las sociedades modernas atribuyen a la riqueza y al «prosperar» es en su mayor parte un desarrollo reciente. Está asociado a la emergencia del «individualismo» en Occidente, el énfasis que tendemos a situar en el logro individual. En muchas otras culturas se espera que los individuos pongan el bien de la comunidad por encima de sus propios deseos e inclinaciones. La riqueza material con frecuencia no tiene una consideración muy alta en comparación con otros valores, como los religiosos.
6. Lejos de tener un instinto de agresión, los seres humanos no tienen instintos en absoluto, si «instinto» significa un modelo de comportamiento fijo y heredado. Además, a lo largo de la mayor parte de la historia humana, cuando se vivía en pequeños grupos tribales, la guerra no existía en la forma que vino a tener posteriormente. Aunque algunos de estos grupos eran agresivos, muchos no lo eran. No había ejércitos, y cuando se producían escaramuzas era frecuente que las bajas fueran deliberadamente evitadas o limitadas. La amenaza de la guerra nuclear en la actualidad está vinculada a un proceso de «industrialización de la guerra» que es uno de los aspectos principales de la industrialización en general.
7. Este supuesto es bastante diferente de los otros, pues se refiere al futuro. Existen buenas razones para que la idea haya de acogerse como mínimo con cautela. Las industrias plenamente automatizadas son todavía bastante poco numerosas y aisladas, y los trabajos eliminados por la automatización pueden ser reemplazados por otros creados en otras partes. Aún no podemos estar seguros. Una de las tareas de la sociología es examinar con rigor la evidencia real disponible sobre tales cuestiones.
Obviamente, los hallazgos sociológicos no siempre contradicen las concepciones de sentido común. Las ideas de sentido común muchas veces suministran intuiciones sobre el comportamiento social. Sin embargo, es necesario insistir en que el sociólogo ha de estar dispuesto a preguntarse con respecto a cualquiera de las creencias sobre nosotros mismos, por muy preciadas que nos sean: ¿son las cosas de verdad así? Al hacerlo, la sociología también contribuye al «sentido común» de cualquier momento y lugar. Mucho de lo que consideramos sentido común, «algo que todo el mundo sabe» —por ejemplo, que el porcentaje de divorcio ha aumentado mucho durante el período transcurrido desde la Segunda Guerra Mundial—, se basa en la obra de sociólogos y otros científicos sociales. Es necesaria mucha investigación de tipo regular para producir material de año en año sobre las pautas de matrimonio y divorcio. Lo mismo puede decirse de numerosísimas áreas de nuestro conocimiento de «sentido común».

Preguntas sociológicas: fácticas, comparativas, de desarrollo y teóricas
Preguntas fácticas
Algunas de las preguntas que se plantean e intentan responder los sociólogos son en gran medida fácticas. Como somos miembros de una sociedad, todos nosotros tenemos ya un cierto grado de conocimiento fáctico sobre ella. Por ejemplo, en nuestra sociedad todos somos conscientes de que hay leyes que se supone que hemos de observar, y que ir en contra de ellas es arriesgarse a sufrir una sanción penal. Pero es muy probable que el conocimiento del individuo corriente sobre el sistema legal y la naturaleza y tipos de la actividad delictiva sea esquemático e incompleto. Muchos aspectos del delito y la justicia precisan una investigación sociológica directa y sistemática. Podríamos preguntar, por ejemplo: ¿Qué formas de delincuencia son más comunes? ¿Qué proporción de personas implicadas en conductas delictivas es detenida por la policía? ¿Cuántas de éstas resultan culpables y son encarceladas? Las preguntas fácticas son a menudo mucho más complicadas y difíciles de responder de lo que uno podría pensar. Por ejemplo, las estadísticas oficiales sobre la delincuencia son de dudoso valor para indicar el nivel real de actividad criminal.

Preguntas comparativas
La información fáctica sobre una sociedad, por supuesto, no nos dirá hasta qué punto estamos tratando con un caso inusual y no con un grupo de influencias muy general. Los sociólogos muchas veces plantean preguntas comparativas, relacionando un contexto social dentro de una sociedad con otro o contrastando ejemplos tomados de diferentes sociedades. Por ejemplo, hay diferencias significativas entre los sistemas legales de Gran Bretaña y los Estados Unidos. Una pregunta compa-rativa típica podría ser: ¿en qué medida varían las pautas de conducta delictiva y actividad policial entre ambos países? (De hecho, entre ambos se han encontrado importantes diferencias.)

Preguntas sobre el desarrollo
En sociología hemos de considerar no sólo las sociedades existentes en las relaciones que tienen entre sí, sino también hemos de comparar el presente y el pasado. Las preguntas que los sociólogos plantean a este respecto son preguntas sobre el desarrollo. Para comprender la naturaleza del mundo moderno tenemos que considerar formas de sociedad preexistentes, y también hemos de estudiar la dirección principal que han tomado los procesos de cambio. Así podemos investigar, por ejemplo, cómo se originaron las primeras prisiones (cuestión que hemos tratado anteriormente).

Preguntas teóricas
Las investigaciones fácticas —o lo que los sociólogos generalmente prefieren llamar empíricas— se ocupan de cómo suceden las cosas. Sin embargo, la sociología no consiste en una mera recopilación de hecho, por importantes e interesantes que puedan ser. También deseamos saber por qué ocurren las cosas, y para hacerlo hemos de aprender a plantear preguntas teóricas, a fin de lograr interpretar correctamente los hechos descubriendo las causas de cualquier tema en el que se centre un estudio particular. Sabemos que la industrialización ha tenido una influencia fundamental en el surgimiento de las sociedades modernas. Pero ¿cuáles son los orígenes y las condiciones previas de la industrialización? ¿Por qué encontramos diferencias entre las sociedades en sus procesos de industrialización? ¿Por qué se relaciona la industrialización con cambios en las formas de sanción penal o en los sistemas de familia y matrimonio? Para responder a tales preguntas hemos de desarrollar un pensamiento teórico. Las teorías implican la construcción de interpretaciones abstractas que pueden utilizarse para explicar una amplia variedad de situaciones empíricas. Una teoría sobre la industrialización, por ejemplo, se ocuparía de identificar los rasgos principales que tienen en común los procesos de desarrollo industrial, y trataría de mostrar cuáles de estos procesos son los más importantes para explicar ese desarrollo. Por supuesto, las preguntas factuales y teóricas nunca pueden separarse completamente. Sólo podemos desarrollar enfoques teóricos válidos si somos capaces de contrastarlos mediante el estudio empírico.
Necesitamos teorías que nos ayuden a explicarnos los hechos. Al contrario de lo que afirma el dicho popular, los hechos no hablan por sí solos. Muchos sociólogos trabajan fundamentalmente sobre cuestiones empíricas, pero si su investigación no es guiada por algún conocimiento teórico es muy improbable que su obra sea esclarecedora. Esto puede aplicarse incluso a la investigación que se lleva a cabo con objetivos estrictamente prácticos.
La «gente práctica» tiende a sospechar de los teóricos, y puede que les guste pensar que tienen los pies «muy en la tierra» y que no necesitan prestar atención a ideas más abstractas. Sin embargo, todas las decisiones prácticas requieren ciertos supuestos teóricos subyacentes. Alguien que lleva un negocio, por ejemplo, puede tener en muy poco la «teoría». Sin embargo, todo enfoque de la actividad empresarial implica supuestos teóricos, incluso aunque en muchas ocasiones no se formulen. Así, puede suponer que la principal motivación que tienen sus empleados para trabajar duramente es el nivel de salarios que reciben. Esta no es sólo una interpretación teórica de la conducta humana; es además una interpretación equivocada, como la investigación de la sociología industrial tiende a demostrar.

Consecuencias previstas e imprevistas de la acción humana
Los sociólogos establecen una distinción importante entre los propósitos de nuestra conducta —lo que pretendemos hacer— y las consecuencias imprevistas que ésta produce. Los propósitos por los que hacemos las cosas pueden ser muy diferentes de las consecuencias producidas. Esto nos permite entender muchas cosas acerca de las sociedades. Las escuelas se fundan, por ejemplo, con el propósito de enseñar técnicas de lectura y escritura y para permitir que los niños adquieran nuevos conocimientos. Sin embargo, la existencia de escuelas también tiene consecuencias que no se reconocen o pretenden tan claramente. Las escuelas mantienen a los niños fuera del mercado de trabajo hasta que tienen una cierta edad. El sistema escolar tiende también a aumentar las desigualdades, canalizando a los estudiantes hacia trabajos diferentes de acuerdo con su capacidad académica.
Es muy probable que la mayoría de los cambios principales en la historia no se pretendieran. Antes de la Revolución rusa de 1917 varios grupos políticos intentaron derrocar el régimen existente. Ninguno de ellos, sin embargo —incluyendo el partido bolchevique que finalmente llegaría al poder—, anticipó el proceso de revolución que ocurrió de hecho. Una serie de tensiones y luchas secundarias produjeron un proceso de transformación social mucho más radical de lo que nadie en principio intentara llevar a efecto (Skocpol. 1979).
Algunas veces, la conducta emprendida en vista de un objetivo particular tiene consecuencias que impiden el logro de ese objetivo. Hace algunos años, en Nueva York se introdujeron leyes que obligaban a los propietarios de edificios en deterioro en áreas de renta baja a que se ajustaran a un estándar mínimo. La intención era mejorar el nivel básico de viviendas disponibles para los sectores más pobres de la comunidad. De hecho, el resultado fue el contrario. Los propietarios de viviendas en mal estado las abandonaron por completo o las destinaron a otros usos, de manera que se produjo una escasez aún mayor de viviendas satisfactorias (Sieber. 1981). Podemos encontrar un ejemplo comparable volviendo al caso de las prisiones y asilos. Durante los últimos años, en Gran Bretaña y en otros países occidentales el proceso de mantener personas encerradas y apartadas de la comunidad se ha invertido parcialmente. En un esfuerzo por crear una «asistencia comunitaria» para los delincuentes y los enfermos mentales, algunas de las personas confinadas en prisiones y hospitales psiquiátricos han sido puestas en libertad para que vivan en el mundo exterior. Sin embargo, hasta cierto punto los resultados se han vuelto en contra de los reformadores liberales que apoyaron la innovación. Muchos de los anteriores pacientes mentales se han encontrado viviendo en una extrema pobreza, incapaces de adaptarse al nuevo ambiente al que han sido lanzados. Para ellos las consecuencias han sido desastrosas.
La continuidad y el cambio en la vida social han de entenderse como una «mezcla» de consecuencias previstas e imprevistas de las acciones de las personas. La sociología tiene la tarea de examinar el equilibrio resultante entre la reproducción y la transformación de la sociedad. Una sociedad no es un objeto mecánico, como un reloj o un motor, que se «mantiene en marcha» porque integra un conjunto de fuerzas. La reproducción de la sociedad tiene lugar porque hay una continuidad en lo que las personas hacen de día en día y de año en año, y en las prácticas sociales que siguen. Los cambios se producen en parte porque las personas pretenden que ocurran, y en parte —como indica el ejemplo de la Revolución rusa— por las consecuencias que nadie prevé o pretende.

¿Qué nos puede enseñar la sociología de nuestras propias acciones?
Como individuos, todos nosotros conocemos muchas cosas sobre nosotros mismos y sobre las sociedades en que vivimos. Nos inclinamos a pensar que entendemos bien por qué actuamos como lo hacemos, sin necesidad de que los sociólogos nos lo digan. Hasta cierto punto esto es verdad. Nos ocupamos de muchas de las cosas que hacemos en nuestra vida diaria porque comprendemos las convenciones sociales implicadas. Sin embargo, este autoconocimiento tiene fronteras muy definidas, y una de las tareas principales de la sociología es mostrar cuáles son.
Sobre la base de la discusión sostenida hasta el momento, podemos aclarar con cierta facilidad la naturaleza de estas fronteras. Como hemos visto antes, las personas emiten numerosos juicios de sentido común sobre ellos mismos y sobre otros, juicios que pueden resultar erróneos, parciales o mal informados. La investigación sociológica ayuda a definir las limitaciones del conocimiento de nosotros mismos y al mismo tiempo «retroalimenta» el conocimiento de nosotros mismos y de nuestro entorno social. Otra contribución esencial de la sociología reside en mostrar que, aunque todos nosotros entendemos bastante bien lo que hacemos y por qué lo hacemos, a menudo sabemos muy poco acerca de las consecuencias de nuestras acciones. Las consecuencias no pretendidas y no previstas de nuestras acciones afectan todos los aspectos y contextos de la vida social. El análisis sociológico explora las delicadas y sutiles conexiones entre los rasgos intencionales y no intencionales del mundo social.

Estructura y acción
Los entornos sociales en los que existimos no consisten en meras agrupaciones casuales de acontecimientos o acciones —están estructurados. Existen regularidades subyacentes, o pautas, de los modos de comportamiento de las personas y de las relaciones que tienen entre sí. Hasta cierto punto es útil representarse las características estructurales de las sociedades como si semejaran la estructura de un edificio. Un edificio tiene paredes, un piso y un tejado, que en su conjunto le dan una «forma» particular. Pero la metáfora puede ser muy equívoca si se aplica de modo demasiado estricto. Los sistemas sociales se constituyen de acciones y relaciones humanas: lo que les confiere a éstas su pauta es su repetición a través de períodos de tiempo y distancias en el espacio. Así, en el análisis sociológico las ideas de reproducción social y de estructura social están íntimamente ligadas. Hemos de entender las sociedades humanas como edificios que en todo momento son reconstruidos por los mismos ladrillos que las componen. Las acciones de todos nosotros están influidas por las características estructurales de las sociedades en las que crecemos y vivimos; al mismo tiempo, recreamos (y también, hasta cierto punto, alteramos) esas características estructurales en nuestras acciones.

Desarrollo de una perspectiva sociológica
Aprender a pensar sociológicamente significa cultivar las facultades de la imaginación. Estudiar sociología no puede ser un proceso rutinario de adquisición de conocimiento. Un sociólogo es alguien capaz de liberarse de la inmediatez de las circunstancias personales. El trabajo sociológico depende de lo que Wright Mills, en una frase célebre, denominó la imaginación sociológica (Mills, 1970).
La imaginación sociológica precisa, sobre todo, el poder «pensar tomando distancia» frente a las rutinas familiares de nuestras vidas cotidianas para poder verlas como si fueran algo nuevo. Consideremos el simple acto de beber una taza de café. ¿Qué podríamos decir, desde un punto de vista sociológico, sobre este hecho de comportamiento, aparentemente tan carente de interés? La respuesta es: muchísimas cosas.
En primer lugar, podríamos señalar que el café no es simplemente una bebida que ayude a mantener la asimilación de líquidos del individuo. Tiene un valor simbólico como parte de unos rituales sociales cotidianos. A menudo, el ritual asociado con el beber café es mucho más importante que el acto de consumir la propia bebida. Por ejemplo, dos personas que conciertan «tomarse un café» juntas probablemente estarán más interesadas en encontrarse y charlar que en consumir lo que beban. La bebida y la comida son en todas las sociedades ocasiones para la interacción social y la ejecución de rituales, y estos son un riquísimo objeto de estudio socio lógico.
En segundo lugar, el café es una droga que contiene cafeína, la cual tiene un efecto estimulante en el cerebro. La mayoría de las personas de la cultura occidental no considera que los adictos al café «consuman droga». La razón de este hecho es una cuestión sociológica interesante. Como el alcohol, el café es una droga «socialmente aceptable», mientras que, por ejemplo, la marihuana no lo es. Sin embargo, hay culturas que toleran el consumo de marihuana, pero son desfavorables al café y al alcohol. (Para una discusión más detallada de estas cuestiones. véase capítulo 5: «Conformidad y desviación».)
En tercer lugar, el individuo que bebe una taza de café está encadenado a una serie extremadamente complicada de relaciones sociales y económicas que se extienden por todo el mundo. La producción, transporte y distribución de café requieren transacciones continuadas entre muchas personas a muchos miles de kilómetros de quien se bebe el café. El estudio de estas transacciones globales constituye una tarea importante de la sociología, puesto que muchos aspectos de nuestras vidas se ven ahora afectados por comunicaciones e intercambios comerciales mundiales.
Finalmente, el acto de beber una taza de café presupone todo un proceso de desarrollo económico y social pretérito. Junto con muchos otros componentes de la dieta occidental ahora corrientes —como el té, los plátanos, las patatas y el azúcar blanco—, el café sólo vino a ser ampliamente consumido a partir del siglo XIX. Aunque el café se originó en Oriente Medio, su consumo masivo data del período de la expansión colonial occidental de hace un siglo y medio. Casi todo el café que bebemos en los países occidentales en la actualidad proviene de áreas (Sudamérica y África) que fueron colonizadas por europeos.
Desarrollar la imaginación sociológica significa usar materiales de la antropología (el estudio de las sociedades tradicionales) y de la historia, además de los de la sociología. La dimensión antropológica (el estudio de las sociedades tradicionales) de la imaginación sociológica es vital, pues nos permite ver qué caleidoscopio de formas diferentes de vida social humana existe. Al contrastar éstas con las nuestras, aprendemos más acerca de lo distintivo de nuestras pautas específicas de conducta. La dimensión histórica de la imaginación sociológica es igualmente fundamental: sólo podemos captar la naturaleza distintiva de nuestro mundo actual si podemos compararlo con el pasado. El pasado es un espejo que el sociólogo debe sostener para entender el presente. Todas estas tareas implican el «pensar distanciándonos» de nuestras propias costumbres y hábitos para desarrollar un entendimiento más profundo de ellos.
Hay todavía otro aspecto de la imaginación sociológica: de hecho, aquel en el que Mills ponía mayor énfasis. Se refiere a nuestras posibilidades para el futuro. La sociología nos ayuda no sólo a analizar las pautas existentes de vida social, sino a ver algunos de los «futuros posibles» abiertos para nosotros. El ejercicio imaginativo del trabajo sociológico puede que no sólo nos muestre qué es lo que ocurre, sino también qué podría ocurrir en caso de intentar producir algún efecto. A menos que estén basados en una comprensión sociológica informada de las tendencias actuales, nuestros intentos para influir en los desarrollos futuros serán ineficaces o frustrados.

¿Es la sociología una ciencia?
La sociología ocupa una posición destacada entre un grupo de disciplinas (entre las que también se incluyen la antropología. la economía y las ciencias políticas) que generalmente se denominan ciencias sociales. ¿Pero podemos estudiar realmente la vida social humana de una forma «científica»? Para contestar a esta pregunta, antes que nada hemos de entender las principales características de la ciencia como forma de empresa intelectual. ¿Qué es ciencia?
La ciencia es el uso de métodos sistemáticos de investigación, pensamiento teórico y examen lógico de argumentos para desarrollar un cuerpo de conocimiento sobre un objeto particular. El trabajo científico depende de una mezcla de pensamiento osadamente innovador y de la disposición y el control cuidadosos de la evidencia para apoyar o desechar hipótesis y teorías. La información y las ideas acumuladas durante el estudio y el debate científicos son siempre, hasta cierto punto, tentativas: abiertas a la revisión, o incluso a ser descartadas totalmente, a la luz de nuevas pruebas o argumentos.
Cuando preguntamos « ¿es la sociología una ciencia?» queremos decir dos cosas:
«¿Es posible configurar esta disciplina siguiendo de cerca el modelo de los procedimientos de la ciencia natural?» y «¿puede la sociología esperar alcanzar el mismo tipo de conocimiento preciso, bien fundamentado, que los científicos naturales han desarrollado con respecto al mundo físico?» Estas preguntas siempre han sido en alguna medida controvertidas, pero durante un largo período la mayoría de los sociólogos respondió de forma afirmativa. Sostenían que la sociología puede, y debe, asemejarse a la ciencia natural en sus procedimientos y en el carácter de sus descubrimientos (una perspectiva que a veces se conoce como positivismo).
Esta concepción se considera ahora ingenua. Igual que el resto de las «ciencias» sociales, la sociología es una disciplina científica en el sentido de que implica métodos de investigación sistemáticos, el análisis de datos, y el examen de teorías a la luz de la evidencia y de la discusión lógica. El estudiar los seres humanos, sin embargo, es diferente de observar los sucesos del mundo físico, y ni el marco lógico ni los descubrimientos de la sociología pueden entenderse adecuadamente desde las comparaciones con la ciencia natural. Al investigar la vida social tratamos con actividades significativas para las personas que se dedican a ellas. A diferencia de los objetos de la naturaleza, los seres humanos son seres autoconscientes que confieren sentido y finalidad a lo que hacen. No podemos siquiera describir la vida social con exactitud a menos que ante todo captemos los significados que las personas aplican a su conducta. Por ejemplo, para describir una muerte como «suicidio» es necesario saber algo sobre qué es lo que la persona en cuestión pretendía cuando murió. El «suicidio» sólo puede producirse cuando un individuo trata deliberadamente de autodestruirse. Si una persona se pone accidentalmente delante de un coche y muere no puede decirse que haya cometido un suicidio; esa persona no deseaba la muerte.
El hecho de que no podamos estudiar los seres humanos exactamente igual que los objetos de la naturaleza es, en ciertos aspectos, una ventaja para la sociología; en otros, crea dificultades con las que no tropiezan los científicos de la naturaleza. Los investigadores sociológicos se benefician de poder plantear preguntas directamente a aquellos a los que estudian: otros seres humanos. Por otra parte, las personas que saben que sus actividades se están estudiando muchas veces no se comportarán del mismo modo en que lo hacen normalmente. Por ejemplo, cuando los individuos contestan cuestionarios, consciente o inconscientemente pueden dar una imagen de ellos mismos que difiere de sus actitudes usuales. Pueden incluso tratar de «ayudar» al investigador dándole las respuestas que creen que desea.

Objetividad
Los sociólogos aspiran al distanciamiento en su investigación y pensamiento teórico, intentando estudiar el mundo social sin prejuicios. Un buen sociólogo tratará de dejar a un lado los prejuicios que pueden impedir que las ideas o las pruebas se examinen con imparcialidad. Pero nadie está totalmente libre de prejuicios sobre todos los temas, e, inevitablemente, sólo hasta cierto punto es posible desarrollar tales actitudes con respecto a cuestiones muy disputadas. Sin embargo, la objetividad no depende única, ni siquiera fundamentalmente, de la perspectiva de los investigadores concretos. Tiene que ver con métodos de observación y discusión. Aquí el carácter público de la disciplina tiene una importancia esencial. Como los descubrimientos y los informes de la investigación están disponibles para su examen —se publican en artículos, monografías o libros—, los demás pueden comprobar las conclusiones. Las afirmaciones sostenidas sobre la base de los descubrimientos de la investigación pueden examinarse de forma crítica, y otros pueden desechar las inclinaciones personales.
De este modo, la objetividad en la sociología se alcanza sustancialmente mediante los efectos de la crítica mutua entre los miembros de la comunidad sociológica. Muchos de los objetos estudiados en la sociología están sujetos a controversia, puesto que conciernen directamente a disputas y luchas de la propia sociedad. Pero mediante el debate público, el examen de las pruebas y de la estructura lógica de los argumentos, estas cuestiones pueden analizarse de forma fructífera y eficaz (Habermas. 1979).

La importancia práctica de la sociología

Comprensión de las situaciones sociales
La sociología tiene muchas implicaciones prácticas para nuestra vida. El pensamiento y la investigación sociológicos contribuyen en la práctica a la elaboración de políticas y a la reforma social de muchas maneras evidentes. La más directa es, simplemente, haciendo comprender de forma más clara o adecuada que antes una situación social. Esto puede ser en el nivel del conocimiento fáctico, o mejorando la forma de captar por qué ocurre algo (en otras palabras. mediante la comprensión teórica). Por ejemplo, la investigación puede poner de manifiesto que vive en la pobreza una proporción de la población muy superior a lo que antes se creía. Evidentemente, cualquier intento de fomentar mejores niveles de vida tendrá mayores oportunidades de éxito si se basa en una información precisa y sin deficiencias. Sin embargo, cuanto mejor entendamos por qué sigue siendo tan difundida la pobreza, tanto más probable es que puedan llevarse a cabo con éxito políticas en contra de ella.

Conciencia de las diferencias culturales
Una segunda forma en que la sociología ayuda en la elaboración práctica de políticas es ayudando a fomentar una mayor conciencia cultural por parte de los diversos grupos sociales. La investigación sociológica proporciona un medio de ver el mundo social desde una diversidad de perspectivas culturales, ayudando, por tanto, a acabar con los prejuicios que los grupos tienen los unos sobre los otros. Es imposible elaborar una política hábil sin tener una refinada conciencia de los cambiantes valores culturales. Las políticas prácticas que no se basen en una conciencia informada de los modos de vida de aquellos a los que afectan tienen muy pocas expectativas de éxito. Así, un asistente social blanco que trabaje en una comunidad antillana de una ciudad británica no podrá ganarse la confianza de sus miembros sin desarrollar una sensibilidad hacia las diferencias culturales que a menudo separan a los negros y’ a los blancos en Gran Bretaña.

Valoración de los efectos de las políticas[1]
En tercer lugar, la investigación sociológica tiene implicaciones prácticas por lo que se refiere a la evaluación de las iniciativas políticas. Un programa de reforma práctica puede simplemente fracasar en lo que se refiere al logro de los objetivos de quienes lo concibieron, o acarrear una serie de desagradables consecuencias no pretendidas. Por ejemplo, en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial se construyeron grandes bloques de viviendas en los centros urbanos de muchos países. Estaban pensados para proporcionar viviendas de elevado nivel a grupos de ingresos bajos de las áreas suburbiales, y ofrecían servicios comerciales y de otro tipo muy próximos. Sin embargo, la investigación mostró que muchos de los que se trasladaban desde sus viviendas anteriores a los grandes bloques de apartamentos se sentían aislados y desgraciados. Los elevados edificios y los centros comerciales peatonales se deterioraron rápidamente, y se convirtieron en lugares que favorecían los atracos y otros crímenes violentos.

El aumento del autoconocimiento
En cuarto lugar, y en ciertos aspectos esto es lo más importante de todo, la sociología puede enseñarles a los grupos sociales cosas sobre ellos mismos, aumentar su autoconocimiento. Cuanto más sepan las personas sobre las condiciones de su propia acción, y sobre el funcionamiento de su sociedad en general, tanto más probable es que puedan influir en las circunstancias de su propia vida. No es necesario que pensemos que la única tarea práctica de la sociología es la de ayudar a quienes elaboran las políticas —es decir, a los grupos poderosos— a tomar decisiones informadas. No siempre puede suponerse que quienes están en el poder piensen en los intereses de los menos poderosos o privilegiados al elaborar sus políticas. Grupos informados por sí mismos pueden responder de forma eficaz a las políticas que lleven a efecto los funcionarios del gobierno u otras autoridades, y pueden, por tanto, tomar iniciativas políticas propias. Grupos de «autoayuda» (como Alcohólicos Anónimos) y movimientos sociales (como los movimientos de mujeres) son ejemplos de asociaciones sociales que tratan de producir directamente reformas directas. (Véase capítulo 9: «Grupos y organizaciones».)

El papel del sociólogo en la sociedad
¿Deben los mismos sociólogos defender de forma activa y llevar a efecto acciones públicas en favor de programas prácticos de reforma o cambio social? Hay quienes defienden que la sociología puede preservar su objetividad sólo si quienes la practican son cuidadosamente neutrales en controversias morales y políticas, pero no hay razón alguna para pensar que los estudiosos que se quedan al margen de los debates de actualidad sean necesariamente más imparciales que otros en su examen de las cuestiones sociológicas. Existe un nexo insoslayable entre el estudio de la sociología y las exigencias de la conciencia social. Nadie que tenga conocimientos sociológicos puede ser inconsciente de las desigualdades que existen hoy en el mundo, la falta de justicia social en muchas situaciones sociales o las privaciones sufridas por millones de personas. Sería extraño que los sociólogos no tomaran posición sobre las cuestiones prácticas, y sería tan ilógico como poco práctico intentar prohibirles que recurrieran a su conocimiento sociológico al hacerlo.

Comentarios para concluir
En este capítulo hemos visto la sociología como una disciplina en la que dejamos a un lado nuestra concepción personal del mundo para observar con mayor atención las influencias que conforman nuestras vidas y las ajenas. La sociología surgió como una empresa intelectual definida con el temprano desarrollo de las sociedades industrializadas modernas, y el estudio de tales sociedades sigue siendo su principal interés. Sin embargo, los sociólogos también se preocupan de una amplia gama de cuestiones relativas a la naturaleza de la interacción social y a las sociedades humanas en general. En el siguiente capítulo investigaremos la diversidad de la cultura humana, atendiendo a los enormes contrastes entre las costumbres y los hábitos que siguen pueblos diferentes. Para ello, precisamos embarcarnos en un viaje de exploración cultural alrededor del mundo. Tenemos que volver a seguir intelectualmente los viajes que Cristóbal Colón, el capitán Cook y otros aventureros emprendieron cuando partieron en sus azarosos viajes por el globo. Como sociólogos, sin embargo, no podemos considerarlos únicamente desde el punto de vista del explorador —como viajes de «descubrimiento»— pues estas expediciones iniciaron un proceso de expansión de Occidente que tuvo un impacto dramático en otras culturas y en el posterior desarrollo social del mundo.


[1] Nota del editor; en el siguiente texto se puede ver cómo la sociología (o en este caso puntual la antropología) puede servir para analizar y mejorar políticas públicas. http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/subnotas/5755-1020-2012-01-29.html.

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